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¿Vale la pena enamorarse?

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El enamoramiento a la larga humilla. Es un vil ladrón de energía. Dejas de rendir en tus espacios cotidianos para rendirte a los pies de alguien que tiene fecha de vencimiento. El enamorado se enamora de alguien que su sola presencia deja entrever la amenaza de una ausencia. Digámoslo así: El enamorado es un ludópata que está dispuesto a perderlo todo por el simple hecho de sentir la adrenalina del destino incierto.

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El amor ciego necesita un lazarillo; debilita al más fortalecido reduciendo toda su capacidad al eterno estado de la espera, porque estar enamorado es resistirse a aprender a esperar. Las mayores locuras en nombre de ese estado se producen mientras se está esperando. Las redes sociales infectan el trastorno de ansiedad hasta convertirlo en taquicardia y sudor. Los smartphones bailan en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero como un sapo que todavía no fue besado. ¿Y si el sapo besara a la princesa?

Parece mentira que, algo que duele tanto, tenga tan buena prensa. Si alguna vez te sentiste perdido por alguien, efectivamente lo estabas. Estar enamorado es ausentarse por un tiempo de uno mismo; es la pretensión de querer estar en el otro con la diferencia de que ese otro, sólo está en vos cuando te haces presente, mientras que para vos, el otro, aun en la ausencia, sigue estando.

Es un estado de máxima vulnerabilidad y mínimo tiempo de reacción. Te pones regresivo, hablas en diminutivo, te reís por cualquier cosa y quedas varios minutos contemplando la pupila de alguien que está pensando en otra cosa. Estar enamorado por la fuerza le contrae los músculos al corazón del otro… y a la larga a los tuyos.

Piensas que todo lo que te rodea es maravilloso y te emocionas con mucha facilidad por cosas como por ejemplo:

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Canciones que antes detestabas de los cuarenta principales.
Poemas en sobrecitos de azúcar.
Películas de Hugh Grant.
Fragmentos de novelas colombianas o poemas uruguayos.
Un solo de guitarra de Gary Moore.
Dos ancianos caminando por la plaza de la mano.

Antes, Montaner era un grasa, Benedetti un ladri, Hugh Grant un carilindo con cara de yo no fui. Las novelas eran un claro enlatado que Canal 9 ponía al aire porque el dueño era un compañero del Unasur, el blues era música de viejos chotos y odiabas a los jubilados que te preguntan diez veces las mismas cosas.

En fin, el amor transforma todo lo que a la larga se pierde.

Fuente: infobae.com

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