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Hace años, escribimos sobre el salto cuantitativo que darían cuatro países latinoamericanos, Brasil, Chile, Colombia y México; todos con un potencial humano, económico, cultural y turístico que les transformarían en las naciones más desarrolladas del continente. Satisfactoriamente, no nos equivocamos y los cuatro vienen creciendo como nadie en el planeta. Ya Brasil está por convertirse en la quinta economía del planeta. México le sigue muy cerca, Colombia, un poco más atrás pero con pasos sostenidos. Sin embargo, es Chile, el país que está dando de qué hablar en el orbe.
Chile se ha convertido en el país más atractivo de Latinoamérica para los inversionistas del mundo. Y no es para menos, es considerado en todo el continente latinoamericano como el país más respetuoso de las leyes y como el menos corrupto. La nación sureña ha comprendido su lugar en este siglo y ha emprendido una cruzada para irrumpir en el selecto club de las naciones desarrolladas.
El país presidido por Sebastián Piñera, también ocupa un lugar privilegiado al ser la nación latinoamericana más tecnológicamente desarrollada y como la que tiene la más preparada fuerza laboral.
Sin comprar conciencias, sin pretender ser un líder continental, sin insultar a su oposición política, sin dividir al país, sin bombos ni platillos, el presidente Piñera, casi con precisión de cirujano, ha sabido llevar a las puertas del progreso a una nación que tuvo un pueblo que se negaba a los pequeños sacrificios que conlleva alcanzar el desarrollo, pero que en pocos años entenderá su importancia.
Por supuesto, este logro no es sólo del gobierno actual; desde el mismísimo gobierno del dictador Augusto Pinochet cuando tuvo su histórica y controversial reunión con el economista Milton Friedman, se vino trabajando en la situación del país. Cada presidente que vino en los últimos 22 años, Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet avanzaron trabajando en alcanzar el nivel deseado, pero aún faltaba un último paso y es este que dan con el actual presidente Piñera.
Cuatro años atrás, muchos celebraban (entre los que me cuento) su llegada al Palacio de La Moneda. Era innegable que este empresario tenía muy claro lo que sería su objetivo de realizar lo que ninguno se había atrevido a llevar a cabo. Alguien debía hacer el “sucio trabajo” de tomar medidas poco populares, pero de resultados incuestionablemente beneficiosos para el país a largo plazo.
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Los chilenos reclaman hoy educación gratuita, bonos de invierno, aumentos salariales y demás regalías por parte del Estado; pero ningún factor político se opuso realmente a sus medidas. Sabían muy bien que se debían tomar y observaron cómo se desarrollaron los acontecimientos. Una decisión obvia de una oposición que ve a un gobierno serio que sabe qué hacer cuando se necesita entrar a un mundo nuevo.
El presidente Piñera ha completado el viaje de llevar a Chile a otro nivel. La multiplicación en la cantidad de grúas de construcción por todo el país es sinónimo de progreso, de pleno empleo y de futuro. Hoy la nación goza de una irrefutable transparencia financiera y política, un envidiable crecimiento económico y un increíble desarrollo tecnológico.
Todos los indicadores muestran a Chile como un ferrocarril, a toda velocidad, rumbo a destino seguro. Nos muestra a un país que ha sabido sacarles provecho a sus fortalezas y oportunidades, mientras nos da lecciones de cómo una nación puede trabajar unida para alcanzar su desarrollo, sin involucrar lo ideológico ni lo discriminatorio. Una lección de vida para todos los venezolanos.
Noel Valderrama