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A pesar de sus hermosos paisajes, riqueza pesquera y abundantes recursos petroleros, quienes conocen la ciudad de Puerto La Cruz saben que su aspecto actual dista mucho de aquella urbe que décadas atrás fue consagrada como “capital venezolana del turismo”.
Aunque todas las ciudades venezolanas exhiben un buen porcentaje de caótica decadencia; ningún rincón de la geografía venezolana como el centro de Puerto La Cruz refleja mejor las más vergonzosas carencias de nuestra sociedad.
A la anarquía que comienza con la disposición espacial de las unidades de transporte colectivo según sea el ánimo del conductor, y pasa por la ocupación altanera de espacios peatonales por cuanto tarantín sea capaz de imaginar una mente excepcionalmente creativa (en medio de basura, aguas negras, olores indescriptibles e insectos para todas las fobias existentes); se suman los aprendices de grafiteros.
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Deducimos que son aprendices pues, en contraposición con los jóvenes que dominan este arte y lo exhiben en lugares adecuados; quienes han tomado las santamarías, postes y fachadas de algunos negocios de la ciudad porteña para practicar sus garabatos, están lejos de poseer el apreciado don del talento para el dibujo.
El grafiti es un término de origen italiano que significa “marca o inscripción hecha rascando o rayando un muro”. Su origen son las inscripciones que se dejan ver desde los tiempos del Imperio romano, en especial de carácter satírico o crítico. Sin embargo, en el centro urbano de Puerto La Cruz solo es posible evocar la palabra “vandalismo”.
Los comerciantes de la zona lo comentan con penosa indignación: “¡Todo lo rayan!”, y es que el abuso de quienes disfrutan malgastando pintura en spray en una cruzada por afear la ciudad, pisotea con desprecio los granos de arena que algunos han puesto para que la capital del municipio Sotillo presente un rostro más amigable.
Es evidente que gerenciar un espacio urbano con las características del centro de Puerto La Cruz no es tarea sencilla, pero las autoridades municipales parecen empeñadas en demostrar que es imposible.
La loable labor de los funcionarios policiales luce empañada por la arbitrariedad de aquellos que deciden convertir la pintura en aerosol en una herramienta para el caos, que le brinda a la ciudad esa atmósfera de localidad cochina, abandonada y maloliente que evoca cualquier mortal que se desplace por sus calles.
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El problema, sin duda, es la falta de conciencia colectiva, de educación con énfasis en los valores de la convivencia urbana y el respeto por los demás… Pero no estaría de más que el gobierno local tomara cartas en el asunto y, con el apoyo del Ejecutivo regional, se propusiera erradicar la barbarie y promover una sociedad más civilizada.
[Por: @MarijoVenezuela]