La barriada ceutí del Príncipe descubre la gran mentira de la yihad - Lea Noticias

La barriada ceutí del Príncipe descubre la gran mentira de la yihad

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En pocos lugares la gran mentira de la yihad golpea con tanta crudeza como en la barriada ceutí del Príncipe, lugar desde el que un buen número de hombres y mujeres, alguna de ellas acompañada de un hijo, han partido para combatir en Siria e Irak en nombre de una religión que no los ampara, destrozando familias y sin más futuro que el de una muerte casi segura en combate o en martirio para ellos, o el de la esclavitud sexual en el caso de ellas… Basta con pisar el terreno para comprobar que el gigantesco embuste de la «guerra santa» comienza a descubrirse, aunque sea a pasitos pequeños. Según testimonios recogidos por ABC, desde hace algún tiempo se empiezan a recibir algunos mensajes de combatientes «arrepentidos» que alertan de la espantosa realidad que viven a diario y piden a sus amigos y familiares no solo ayuda para regresar, sino también que no se dejen engañar por los captadores de muyahidines. No hay paraíso; solo guerra, devastación y muerte.

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También la mayor parte de las familias afectadas sirven como el mejor antídoto para la aventura. A los vecinos que se les acercan después de la decisión irreversible les cuentan su desesperación: «¿Por qué lo han hecho? ¿Qué les faltaba aquí?», se preguntan con esa angustia que solo pueden sentir unos padres. «No tienen futuro, desarrollan odio hacia un sistema que solo les ofrece marginalidad», responden desde la barriada, aunque no conviene perder de vista que también profesionales como taxistas o albañiles han dado el paso.

Imagen preconcebida

La mala literatura, como la ignorancia, carcomen la imagen de esta zona, donde miles de almas alimentan la frustración en la misma medida que abonan los sentimientos de rechazo hacia los desconocidos, especialmente si se trata de medios de comunicación. En la barriada, claro que sí, hay islamistas radicales, narcotraficantes, inmigrantes ilegales que viven del delito, demasiadas armas en circulación… Pero también muchas personas humildes, acogedoras, que trabajan muy duro para intentar sacar a sus familias de una realidad a veces atroz y siempre muy compleja.

El Príncipe -buena parte de su juventud, para ser más precisos-, no madruga, porque siempre trasnocha. A las diez de la mañana su laberinto de calles se percibe tranquilo y son los de más edad quienes dibujan su paisaje. El recién llegado, no obstante, siente rápido un clima de desconfianza, en ocasiones claustrofóbica. Uno se sabe -o se siente- vigilado, y en esas condiciones no es fácil romper el hielo. Hay una sensación subjetiva de inseguridad, quizá provocada por los prejuicios, pero inquietante en cualquier caso. El coche avanza como puede por calles estrechas donde la única norma de circulación es no respetar ninguna. Cada poco, el guía, nacido allí y muy conocido de sus vecinos, da explicaciones de quiénes son sus acompañantes, en especial uno al que se imaginan, por su aspecto, «brigadilla» (policía, en el argot de la zona).

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«Pocas luces»

A esas horas, las mezquitas están cerradas, desiertas, esperando el rezo de la una y media de la tarde. «Aquí no hay ya imanes radicales» aclara a ABC una de las mujeres que mejor conocen la zona, musulmana «pero muy culta», enfatiza, como si pensara que desde fuera se asocia el pañuelo en la cabeza y su vestimenta clásica musulmana con la ignorancia. «Otra cosa es que en el entorno de algunas se muevan individuos muy radicalizados, o jóvenes que ni estudian ni trabajan, muchas veces con “pocas luces” y por tanto vulnerables a los embustes de los captadores», añade esta psicóloga, que durante años ha llevado adelante programas sociales en la barriada. Como prueba, relata una anécdota de un imán de la mezquita Caracola, en los bajos de un patio de vecinos donde el extraño es observado discretamente tras los cristales de las ventanas. «En uno de los momentos más delicados en cuanto a la captación de combatientes dedicó el sermón del viernes a pedir que nadie viajara a Siria e Irak para hacer la yihad, porque esa gente no representaba el verdadero islam… En realidad no lo pidió; lo exigió, con lágrimas en los ojos»…

Recorrer la barriada es hacer también un mapa del yihadismo. El guía marca un callejón por el que apenas cabe un coche donde está la casa del taxista que se inmoló en el ataque contra un cuartel del Ejército iraquí; a pocos metros de allí, en otra casa baja y humilde, reside la familia de una de las menores que viajó a Siria; a las puertas de una tetería del Zoco, el punto más caliente del Príncipe, se ve, en medio de un grupo de jóvenes desocupados, a uno moreno, de ojos negros e inquietantes y vestido con chándal que ha salido no hace mucho de prisión acusado de actividades terroristas…

«¡Esa cámara abajo!; ¡rápido, al suelo, que no la vean!», ordena el guía, por primera vez inquieto. La advertencia no es gratuita; sabe quiénes están allí y que las calles estrechas y llenas de gente haría imposible la huida en caso necesario. A pocos metros está la calle San Daniel, donde se encuentra la modesta mezquita Tawba, de puertas de madera. En su entorno, que no dentro, se mueven los más radicales de la barriada, según los testimonios de vecinos recogidos por ABC.

«No nos representan»

Es ya mediodía y a las puertas de la mezquita Colmenar un hombre desdentado, amable y sonriente, no tiene problemas en hablar con el forastero. «No somos violentos, esa gente que mata no nos representa. Pero aquí solo les espera la miseria y muchos jóvenes deciden marcharse a luchar porque les ofrecen dinero. Yo sé que han llegado a pagar hasta 20.000 euros».

Mohamed Chaib, responsable de la mezquita Muley El Mehdi, la más antigua de la ciudad y construida sobre unos terrenos cedidos por el general Franco en homenaje a los combatientes musulmanes de la Guerra Civil, lo corrobora. «Les engañan porque no tienen nada. Les ofrecen dinero, casa y mujeres. Por eso se van. ¿Mezquitas? No, el foco debe ponerse en gente que viene de Castillejos e internet; es ahí donde terminan de engañarlos».

Chaib explica que los templos musulmanes no son problemáticos, tampoco en El Príncipe. Los imanes vienen de Marrucecos y sus sermones son conocidos por las autoridades antes de pronunciarse. Los servicios de inteligencia e información -también los de Rabat, con quien la colaboración es difícilmente mejorable-, tienen conocimiento rápido y preciso de los movimientos en la barriada. Las operaciones policiales a uno y otro lado de la frontera lo confirman. Pero queda mucho trabajo, porque el peligro de ataque y radicalización es permanente.

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«En realidad, alrededor de las mezquitas lo que hay es ojeadores, gente que detecta a personas vulnerables o proclives a dar el paso y que luego dan sus datos a los captadores para que se acerquen a ellos», dicen las fuentes consultadas. Las cifras de esta «diáspora enloquecida» nunca son definitivas. Los combatientes en Siria e Irak procedentes de Ceuta serían una veintena, pero hay bastantes más que lo han intentado. Los muertos ascenderían, al menos, a 17. «Cuando alguno pierde la vida la información llega a la familia. El resto se entera porque sus vecinos se acercan a la casa a presentar sus condolencias».

A la una de la tarde a las puertas de la mezquita Colmenar dos personas de edad avanzada, con atuendo que habla de su fé, esperan la hora del rezo cerca del templo. La idea es recoger imágenes de los fieles en un momento de oración. No hay posibilidad. «Los cristianos no pueden entrar en una mezquita», vociferan. Su agresividad es suficiente para desistir.

Presencia policial

Dos de la tarde. La persona de contacto considera que ya es suficiente. Hay que minimizar riesgos y ha sido una mañana intensa con demasiada exposición de gente ajena a un ecosistema tan delicado. «Aquí la prudencia es la mejor consejera», dice. «Lo visto es la imagen más real de la barriada; dura a veces, pero alejada de lo que se ve en algunos programas», añade.

¿Existe el Estado en el Príncipe? La respuesta hasta no hace mucho sería que no. A día de hoy, sin embargo, la realidad es otra. Por primera vez -no lo dice la Policía, sino los vecinos-, hay presencia de agentes; algo tan normal como el que un policía se relacione con los colectivos sociales se ha conseguido allí. Se incautan armas blancas y de fuego, se interviene droga… Solo en febrero se ha identificado a casi 300 personas. Lo nunca visto. Por supuesto, la situación se aleja mucho de ser normal. Basta un ejemplo: un patrullaje nocturno obliga equipos formados por media docena de personas.

Anochecida. El «otro» Príncipe, el de los narcotraficantes de medio pelo, el de los jóvenes candidatos a muyahidines, en el que salen a relucir armas y es mejor no pisar por forasteros, vuelve a dominar las calles otra larga noche. Nadie tiene prisa. Mañana tampoco se madruga.

Fuente [Abc.es]

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