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Muy recientemente, pese a mi comportamiento generalmente optimista, debo confesar que entré en pánico por un par de horas, cuando el líder de la revolución tuvo el tupé de anunciar la puesta en marcha de la Ley orgánica de Costos y Precios Justos, lo que para mi entendimiento muy particular, es la Ley más comunista, absurda y despiadada que ha “lanzado” el régimen en su historia.
Así es, es una ley que tiende a confundir al pueblo – como todo lo que se lleva a cabo en regímenes de corte dictatorial – porque algunos pensaran en lo maravilloso que es el Estado, al evitar la “especulación” y controlar los precios de los productos y/o servicios, incluyendo bienes y propiedades, para que no quepa ninguna duda.
Dentro de mi muy humilde conocimiento y entendimiento, esta nueva Ley, lo que busca más allá de proteger aquel pobre pueblo “oprimido por los monstruos capitalistas”, es acabar con la empresa privada, que de hecho, ha sido uno de los objetivos primordiales de la revolución y, más aun, si se toma en cuenta dentro de un contexto de un “bendito socialismo”, que la gente no termina de entender que ni funciona, ni funcionó, ni funcionará; un objetivo de una ideología, periclitada y expirada, que resuena muy bonito en la literatura, pero que es absolutamente inservible en la práctica, a no ser que, como algunos países “socialistas”, conviva y coexista pacíficamente con el capitalismo, en una relación casi abstracta, casi bizarra, como de aquellas parejas que se odian, pero se aman.
Como era de esperarse, se apuntó el dedo inquisidor, primeramente a las empresas alimenticias – las pocas que quedan en pie – contra las que el Estado siempre ha mantenido una política guerrera, muy cercana a una relación bélica. Empresas en su mayoría muy respetadas, de altísima calidad y con muy amplias trayectorias en nuestro país. Empresas que con su trabajo, esfuerzo, empeño, hicieron que en algún momento de la historia, nos ubicásemos en aquella “autopista” que nos conducía al desarrollo, la cual en estos momentos se encuentra en ruinas.
Y es que, me pregunto: ¿Pero quién especula? Si cada vez los márgenes de ganancia deben ser menores para poder generar ventas y garantizar los ingresos que aunque “tambaleantes”, mantengan nuestras empresas erguidas. Si, pese a que se diga lo contrario, no todos los empresarios han logrado tener acceso al dólar oficial y, se han visto en la obligación de importar con un dólar que “no existe”, un dólar, que de existir, estaría cerca de triplicar el valor del dólar oficial.
Pero, si es que existe lo que se llama estructura de costos, que si la detallamos bien, nos deja muy en claro, que a veces las ganancias no son aquellas de más del 100%, como muchos personajes quieren hacer creer.
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Señores, si detallamos las estructuras de costos, podemos darnos cuenta de que en ocasiones, las ganancias, apenas si alcanzan para cubrir los costos operativos.
La solución no es que un grupo de personas, le impongan los precios a las empresas, sin tener siquiera conocimiento en la materia a la que se dedique dicha empresa. La solución es mucho más compleja y profunda y, tiene que ver con el manejo de la inflación y el resto de la economía. Por eso insisto en que debemos abrir bien los ojos y estar muy claros en lo que se está haciendo, porque de un “plumazo” pueden quebrar cualquier empresa y dejar en jaque el destino de miles de trabajadores, así como el abastecimiento de la población.
Dejen trabajar para que el aparato económico pueda mover sus engranes y funcione como debe ser. Aléjense del comunismo. Por ahí empieza la solución.
ENRIQUE J. MUNDARAIN EGUI
@emundara