¿Por qué tenemos miedo al compromiso?

Alguna vez lo hemos experimentado; incluso puede que aún lo estemos esquivando. El miedo al compromiso solemos asociarlo con una boda o unos novios indecisos, pero lo cierto es que este paso presente en cualquier relación puede presentarse en momentos o circunstancias totalmente diferentes.

El porqué tememos al compromiso es una de las preguntas más infravaloradas del nuevo milenio.

Miedos modernos

Las opiniones acerca del compromiso son varias, y en este artículo vamos a analizarlas todas. En primer lugar, y para quienes no se hayan atrevido a aceptarlo, el compromiso puede ser aplicado tanto a una simple línea telefónica como, lo que aquí nos ocupa, una relación. Los compromisos se alimentan del tiempo, del futuro, de la lealtad y, por suerte o por desgracia, vivimos en un mundo de futuro incierto en el que, pensamos, siempre podemos aspirar a cosas mejores.

Hace muchos años, el compromiso era algo que no requería de duda alguna. Se celebraba una boda, el hombre aceptaba su destino en un trabajo que, seguramente, desempeñaría toda su vida y la mayoría de esposas permanecían en casa realizando las tareas domésticas. Vivíamos cerca de nuestros padres (no fuera que se nos ocurriera irnos demasiado lejos), teníamos hijos y envejecíamos, todo a realizar en un período de edad concreto.

Hoy día, los 25 años nos parecen demasiado pronto para casarnos y los 30 para tener hijos. Se ha fomentado la competitividad, las mujeres adoptan roles más poderosos (especialmente a nivel laboral), los países a los que viajamos nos parecen pocos y pensamos que aún quedan muchos donde vivir, el espacio del individuo es primordial y un largo etcétera que fomentan la individualidad. Teniendo en cuenta todos estos datos, ¿cómo no puede haber gente que reniegue de comprometerse a una situación estática de por vida?

El «para toda la vida»

El miedo al compromiso surge muchas veces por unos malos hábitos sociales. Tendemos a pensar que la individualidad y la pareja son dos cosas totalmente opuestas, que la boda es una obligatoria prueba de amor, que debemos renunciar a nuestros sueños por esa estabilidad pero, ¿no se podrían combinar ambas partes? ¿No es el amor ver feliz a otra persona con todo lo que ello conlleva? Piénsalo bien.

Otra de las hipótesis acerca de este miedo es la inmadurez de ciertos sujetos que siguen sufriendo el fenómeno de Peter Pan, que aún con 30 años pretenden revivir sus tiempos universitarios, seguir gozando de cierto libertinaje o hacer y deshacer planes a su antojo sin contar con otra persona. Después de todo esto siguen sintiéndose vacíos, y la cuestión es que es el  «miedo» a ser feliz, o a estar entregado a alguien lo que les impulsa a buscar otras fallidas salidas.

Por último, el compromiso es un estado que, en opinión de este autor, se nutre de un factor fallido: el «para toda la vida» porque, ¿acaso podemos prever qué pasará en el futuro? ¿No es aquello que queda definido para la eternidad algo que nos ata y hace depender de la peor manera?

La primera barrera a eliminar del miedo al compromiso es el mismo miedo a ser felices, a atreverse a estabilizarse, pero no a permitir que lo estable, o lo sano, condiciones una vida que da demasiadas vueltas. Todo aquel que piense igual, claro.

El miedo al compromiso nace de unos factores sociales algo obsoletos, una obsesiva pretensión por definirlo todo hasta el última día de nuestra vida o un modo de evitar enfrentarnos al simple hecho de ser felices, flotando entre la absurda idealización de una vida nómada y despreocupada. La solución pasa por combinar el amor con los sueños y, ante todo, por vivir un bello presente con vistas a un futuro a corto plazo.

Fuente [Imujer.com]