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Venezuela se está apagando y no todos lo están notando. Ya no sólo nos teñimos de sangre por los caídos del hampa que mata a diario a cualquiera, ahora le sumamos más ingresos a las estadísticas rojas con las represiones que desde hace dos semanas estremecen nuestra jornada.
El país se está haciendo mínimo con cada hecho que deja secuelas y marca nuestra vida diaria. Tenemos a unas amas de casa resignadas haciendo colas para buscar qué comer, a vecinos quejándose por apagones que van y vienen, a periodistas neutralizados por la autocensura y a los estudiantes en las calles, en lugar de las aulas. A gente adoctrinada por una ideología que defiende, pero no haya cómo justificar, con base, sus fallas.
Hemos sido desplazados de los lugares donde debemos estar produciendo, avanzando, progresando para trasladar esas luchas hasta terrenos más ajenos, mientras los problemas siguen. Qué país va a quedar si todo lo llevamos al terreno político y desvirtuamos la esencia de las terribles secuelas que estamos padeciendo. Tenemos un país convulsionado que cada día se paraliza más en nuestras narices.
Mientras la calle se calienta, más negocios cierran por falta de productos, más gente queda sin trabajo por reducción de costos y más incertidumbre queda del destino de cada ciudadano de esta nación. Ya no se puede planificar, ya no se puede protestar, ya no nos podemos quejar. No es posible que nos tengamos que conformar.
Quienes tomaron las calles no deben olvidar cómo llegamos hasta ese punto. El desabastecimiento nos afecta a todos, la inseguridad no distingue sus víctimas, la luz no avisa antes de apagarse. En este paquete llamado Venezuela estamos todos y las consecuencias de la falta de mejores medidas están acabando poco a poco con nosotros.
Es preocupante ver que el tiempo sigue pasando y las soluciones no van llegando. No hay diálogo, sólo amenaza y la falta de entendimiento hace que las partes se estanquen en sus diatribas, mientras un país espera respuestas. Así no se puede vivir.
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Da pena ver trabajadores en locales vacíos por falta de clientes que no quieren comprar “porque no saben qué pueda pasar”. Entristece enclaustrarse en las casas por temor a salir por el cierre de una vía y el miedo a la represión.
No se está produciendo, señores, no se está trabajando, no se está solucionando. Debemos tener un fin, un propósito y un límite. Las preguntas deben tener respuestas para entender y de una buena vez saber cuál es el futuro del país.
No todo el mundo está en la calle, no todo el mundo es “guarimbero”, no todo el mundo es indiferente. Aún no estamos unificados en el objetivo que queremos lograr y no puede seguir corriendo el tiempo. Necesitamos avanzar, necesitamos producir, necesitamos dialogar, necesitamos que nos importe más solucionar los problemas y no multiplicarlos. Necesitamos pensar en el país y en el buen futuro de todos.
Astrid Silvestri / @ASTRIDSP79