"Todo se supera, se puede volver a ser feliz incluso tras la muerte de un hijo" (Léelo) - Lea Noticias

«Todo se supera, se puede volver a ser feliz incluso tras la muerte de un hijo» (Léelo)

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El psicólogo Rafael Santandreu aporta alguna de sus claves para gestionar con muchísimo más acierto sus relaciones personales y familiares

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Decir que Rafael Santandreu es el psicólogo de moda puede parecer una frivolidad, o incluso una impertinencia. Pero el caso es que lo es. Su último libro, «Las gafas de la felicidad», sintetiza una joven pero arrolladora carrera desfaciendo entuertos personales y familiares y enseñando a la gente a gestionar con muchísimo más acierto sus relaciones.

—«Nada es tan terrible», asegura en su nuevo libro «Las gafas de la felicidad». Si nada es tan terrible, ¿por qué nos cuesta tanto darnos cuenta? ¿Qué pasa, nos gusta tener problemas insuperables o qué?

—Lo que pasa es que padecemos mucha «necesititis», la creencia de que tenemos un montón de necesidades imperiosas: ser guapo, extrovertido, listo, viajado, delgado, popular, respetado y un millón mas… ¡Nunca antes en la historia el ser humano se había exigido tanto a sí mismo! Solo hay que ver a cualquier mujer moderna yendo a tope todo el día. Tanta exigencia nos hace ver como «terrible» cualquier fallo, cualquier amenaza a toda esa demanda de locos. Yo ya no me exijo casi nada y ¡que descanso! Vivo como un campesino en medio de mi ciudad, Barcelona.

—Hasta el dolor físico se puede burlar con control de la mente, afirma usted. ¿Realidad o truco? Quiero decir, la psicología cognitiva, más que resolver los problemas, parece buscar que no nos importen. ¿No es eso hacer un poco de trampa cuando los problemas son realmente graves?

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—Jiji; ¡y dale! No hay nada realmente grave bajo el sol. Las personas más fuertes son aquellas que se dicen a sí mismos que lo peor que te puede pasar es la muerte y eso está garantizado, no hay nada que temer. Mientras no te falte la comida y el agua del día, puedes ser mega feliz. ¡Es la verdad! Créela y dejarás de ser neurótica. Y con respecto al dolor, está comprobado que amplificamos el dolor en un 90% con nuestra aversión, con nuestro propio miedo al dolor. Yo ya no lo hago y alucino con la disminución del dolor que siento ahora cuando me duele la cabeza o algo así. Todavía me duele a veces, pero mucho menos. Y lo mismo si me tuerzo el tobillo. Es sorprendente, pero es así. Si no me digo: «Ostras que daño, esto es inaguantable», el dolor se transforma en algo menor. La psicología cognitiva es así de potente: puede cambiarte la vida entera.

«Creer en la poligamia puede fortalecer las relaciones monógamas»

—¿Es realista pretender que se puede perder el miedo a la muerte, especialmente a la de un ser querido, sobre todo la de un hijo? ¿Ha conseguido usted que alguien en la práctica acepte eso?

—¡Por supuesto que sí! He tenido en mi consulta todo tipo de situaciones de muerte de un ser querido. Por ejemplo, la muerte de un hijo que se suicidó colgándose en casa. La muerte de un niño por cáncer. La muerte de un marido a causa de un accidente de coche cuando conducía su mujer superviviente. Y todas esas personas superaron el trauma y son tan felices o más que antes. ¿Cómo se hace? Dándote cuenta de que la vida es fulgurante y está bien que sea así. Que la muerte es buena: es un fenómeno natural necesario para el planeta. Que siempre podemos hacer cosas valiosas por nosotros y por los demás: ¡siempre! Y que lamentarse es estúpido. Tus seres queridos fallecidos querrían que fueses feliz: hazlo en su honor.

—Parece que proponga usted una especie de budismo laico, o científico: disfrutar la vida pero con cierto desapego, incluso en las relaciones sentimentales. Hasta propone fantasear con las ventajas de la infidelidad y la poligamia para fortalecer las relaciones monógamas. ¿Nos explica despacito eso?

—El budismo, el cristianismo, la filosofía clásica, etc… todos los que han estudiado la mente y la felicidad hemos llegado a conclusiones comunes. Por ejemplo, que necesitamos muy poco para estar bien y que cuando nos creamos necesidades imperiosas nos ponemos grandes cargas encima. Con respecto a la pareja, esto está claro. El buen amor es aquel en el que puedo decir: «Cariño, te quiero mucho, pero no te necesito nada». Cuando creemos que necesitamos al otro, nos entran celos, le exigimos mucho (que nos haga felices) y se crean dependencias nocivas: se empieza a arruinar la relación. Es mucho más bonito el amor en libertad: te amo, pero si te vas, seguiré siendo feliz con la vida.

—¿Los celos se controlan, o se finge que se controlan? ¿Es posible hacerlos desaparecer de verdad o como mucho barrerlos bajo la alfombra?

—Yo he tratado a súper celosos y, con la terapia, se han convertido en personas nada celosas. Es cierto que tras bastante esfuerzo mental: pero se puede, incluso en los casos más graves. Los niños también aprenden a dejar de ser celosos de sus hermanos; tampoco es tan raro hacer ese proceso. Te tienes que dar cuenta que otro partenaire sexual no tiene por qué perjudicar a la relación: de hecho, suele mejorarlo todo, incluso el propio sexo conyugal. Claro que esto exige un fuerte ejercicio de apertura mental. Como el de los coetáneos de Colón cuando se enfrentaron a la idea de que la Tierra no era plana.

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«Yo tenía tres miedos que he superado»

—¿De qué tiene o tenía miedo usted? ¿A qué demonio personal le ha costado más enfrentarse?

Yo tenía tres miedos que he superado totalmente: miedo a hablar en público. Miedo a la soledad y miedo al fracaso. Ahora doy conferencias ante cientos de personas y me encanta. Vivo solo, no tengo pareja y disfruto enormemente de mi vida. Y el miedo al fracaso ya no existe. Ya no me exijo tener éxito y es cuando mejor me va.

—Un último consejo.

Para mí es muy importante transmitir a la gente que se puede cambiar de forma radical porque si no lo saben no lo intentarán. Por eso, hablo de María Luisa Merlo, la actriz madrileña que en un libro confesaba que durante la mayor parte de su vida había sido una gran desgraciada. Durante treinta años había tenido depresión y ansiedad hasta que realizó una terapia fuerte que la transformó. Y dice una frase que me gusta mucho: «A la edad de 50 años aprendí a ser feliz». ¡Todos podemos hacerlo!

Fuente [Abc.es]

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