Elevado por derecho propio a los altares del rock argentino, Andrés Calamaro celebra este lunes su quincuagésimo aniversario mientras disfruta de unas vacaciones en su ciudad natal, Buenos Aires, antes de retomar su actividad con varios conciertos en Estados Unidos.
No se trata de imitar el "Never Ending Tour" de su idolatrado Bob Dylan, pero el músico argentino mantiene una presencia constante en escenarios de ambos lados del Atlántico, con paradas recientes en países como México, España o Perú.
En septiembre y octubre tocará visitar la tierra del Tío Sam, donde ya tiene fechas confirmadas en Los Angeles, Las Vegas, Nueva York, Miami y Chicago.
Será una nueva ocasión para comprobar la bipolaridad de Calamaro, cuyas actuaciones en directo son una ruleta rusa: nunca se sabe lo que puede ocurrir, pero se acepta porque forma parte del carácter, más o menos extravagante, de uno de los mejores compositores que ha dado la música en castellano de los últimos treinta años.
Pasado de ‘abuelo’
Andrés Calamaro Masel llegó al mundo el 22 de agosto de 1961 y, desde muy temprana edad, mostró su pasión musical. Primero se curtió en un sinfín de bandas menores y en 1981 pasó a formar parte de Los Abuelos de la Nada, conjunto dirigido por uno de sus grandes referentes: Miguel Ángel Peralta.
Mientras estuvo con Los Abuelos, el creador también actuó como teclista en la banda de Charly García, y publicó el primero de una serie de discos en solitario entre los que cabe destacar "Hotel Calamaro" (1984) o "Nadie sale vivo de aquí" (1989).
A finales de la década de los noventa, tras haber sido productor de grupos como Los Enanitos Verdes o Los Fabulosos Cadillacs, Calamaro trabó amistad con el joven guitarrista Ariel Rot, que por entonces ya era una celebridad en España por su condición de miembro del grupo Tequila.
En la primavera de 1990, ambos fundarían en Madrid una banda mítica de nombre muy prosaico: Los Rodríguez.
Las luchas de egos acabarían con la formación en poco más de seis años, pero entre medias quedaron álbumes como "Buena suerte", "Sin documentos" y "Palabras más, palabras menos", tres títulos que convirtieron a Los Rodríguez en un grupo de éxito masivo.
Calamaro arrancó en 1997 su segunda etapa en solitario con "Alta suciedad", un álbum de rock clásico que incluía canciones como "Loco", "Flaca", "Me arde" o "Crímenes perfectos". Se trata de un punto de inflexión en la trayectoria del músico, que se convierte en un artista de culto al que se ama o se odia.
Luego llegarían "Honestidad brutal" (1999) y "El salmón" (2000), posiblemente los dos mejores discos de "Andrelo", que a continuación sufrió un bloqueo que le mantuvo cinco años en silencio, hasta que Gustavo Cordera y la Bersuit le convencieron de que abandonara su voluntario ostracismo.
Durante aquel "impasse" se llegó a temer una retirada prematura, aunque el propio Calamaro se encargó de desmentir los rumores en 2004 con el lanzamiento de "El cantante", un disco de versiones de grandes clásicos del folclore suramericano ("Malena", "Volver", "Sus ojos se cerraron", "Algo contigo" o "Voy a perder la cabeza por tu amor").
Este giro hacia las músicas de raíz continuó en los dos siguientes trabajos del guitarrista, "El palacio de las flores" y "Tinta roja", ambos editados en 2006, en los que se podía apreciar un interés creciente por ritmos como la cumbia, la salsa o el tango.
Mientras tanto, la vida personal de Calamaro conoció otro momento de suma relevancia: emprendió una relación con la modelo Julieta Cardinali (de la que se separó recientemente) y fueron padres, en enero de 2007, de Charo.
La pequeña, única hija de Calamaro, tuvo mucho que ver en el espíritu optimista y desenfadado de "La lengua popular" (2008), un disco de canciones tan pegadizas como "Los chicos", "Mi gin tonic", "Comedor piquetero", "Sexy & barrigón" o "La mitad del amor", a las que en 2010 se sumarían las del menos acertado "On the rock".
[Fuente: Excelsior]