Facebook arruinó las funciones evolutivas de la depresión - Lea Noticias

Facebook arruinó las funciones evolutivas de la depresión

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Comprender desde una perspectiva psicológica la relación entre los usuarios y la tecnología ha sido fuente de numerosos malentendidos y de polémicas no siempre productivas con respecto a nuestro entorno personal-social-laboral en su versión web. Concretamente, al hablar de redes sociales, se tiende a tomar partido por sus ventajas (el compartir, la creación de lazos, el desarrollo compartido, etc.) o a concentrarse en las desventajas (fomentan el bullying, destruyen la autoestima y los matrimonios, juegos de espejos de una cultura narcisista). Pero más allá de las opiniones es interesante observar cómo se miden estas interacciones que nos parecen tan cotidianas en un entorno clínico. Pijamasurf.

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Sven Laumer es profesor asistente en la universidad alemana Otto-Friedrich, y lleva muchos años analizando las consecuencias del uso de redes. A diferencia del “tecnoestrés”, derivado en las prácticas laborales de procesos demasiado difíciles o dificultad para operar máquinas, lo que Laumer y sus compañeros observaron en Facebook fue un fenómeno muy distinto: los usuarios están estresados –eso lo sabe luego de numerosas encuestas–, pero la red es relativamente fácil de utilizar.

Para Laumer, revisar nuestro Facebook nos coloca frente a una interminable cadena de demandas: felicitar a nuestros contactos por su cumpleaños, dar Like a páginas de amigos, ajustar la agenda a los nuevos eventos a los que hemos sido invitados, firmar peticiones, compartir fotos de gatitos perdidos, escuchar el nuevo disco de tal banda o involucrarse en alguna discusión relacionada con las noticias, o simplemente cuando la gente escribe estados devastadores sobre lo triste/alegre/inspirado que se siente, entre muchas otras. Luego de un tiempo utilizando la red social, es normal que uno se sienta rebasado por la cantidad de demandas que se nos plantean, lo que incluso puede tener consecuencias en el tipo de empatía que practicamos.

Para el sociólogo Keith Hampton de la Universidad de Rutgers, existe una especie de impuesto a la empatía. “Cuando eres consciente de que le ocurren cosas malas a gente que conoces, esto no sólo trae estrés a tu vida, sino que también te permite darles apoyo social y empatía.” ¿Pero cuánta empatía somos capaces de prodigar? Existe un número limitado de personas que podemos conocer a fondo (el antropólogo Robin Dunbar cree que los seres humanos, en toda su vida, mantienen entre 100 y 200 relaciones amistosas) e incluso darles ese apoyo del que habla Hampton, pero sin duda no a los cientos de contactos casuales y aleatorios que poco a poco vamos almacenando en nuestras redes sociales, lo cual crea un exceso de demanda que no somos capaces de administrar. Por eso, la solución de mucha gente es sencillamente darle la espalda a las redes sociales virtuales.

La depresión y el estrés son factores evolutivos que pudieron servirnos en algún momento de la evolución para modificar nuestra conducta y tener más posibilidades de sobrevivir como especie. Según Charlotte Blease, la depresión es un complejo de actitudes y comportamientos que permitían a nuestros antepasados alejarse de una posición de antagonismo social. La depresión (entendida conductualmente como retraimiento general de la personalidad, posturas físicas no agresivas, etc.) sirvió para que los sujetos dominantes no vieran a los deprimidos como una amenaza, como cuando un animal se hace el muerto para que el depredador no lo devore. Ahora los depredadores sociales son los contactos de Facebook que parecen llevar vidas más plenas y exitosas, porque nos hacen sentir como si no estuviéramos haciendo lo suficiente, y en última instancia nos crean un tipo muy particular e inconfesable de envidia.

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Del mismo modo, Blease entiende la envidia como aquello que nos motiva a aprender lo positivo de otros (como la habilidad para construir trampas de mamuts), pero en nuestros días la envidia y la tristeza no tienen lugar en un medio meritocrático que recompensa narcisisticamente a los vencedores de la evolución social. “A veces”, explica Blease, “el sentimiento [de envidia] puede quedar tan reprimido que ya ni siquiera sabemos qué sentimos ni por qué nos sentimos tan enojados o tan tristes, o tan irritados o estresados.”

La gente de nuestro News Feed se casa, compra autos, tiene hijos, gana títulos universitarios y premios y promociones, y como dice el adagio “el pasto del vecino siempre es más verde.” ¿Y qué hacemos? Tratamos de mantenernos positivos y compartimos publicaciones que nos hagan sentir así, sin darnos cuenta de que estamos girando en la espiral de la depresión socialmente motivada. Incluso la autopromoción virtual puede dar resultados negativos: a nadie le gustan los engreídos, especialmente cuando nosotros tenemos problemas, lo que renueva el círculo de la envidia.

¿Qué hacer frente a esto? Probablemente recordarnos que Facebook y el Internet en general son herramientas indispensables para la vida social, pero no sustituyen en absoluto –al menos no todavía– la libertad y la agencia de los sujetos sobre sus propios comportamientos en la red.

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