Junto a Ti: "Crónica que debemos leer", por @ana_anaco - Lea Noticias

Junto a Ti: «Crónica que debemos leer», por @ana_anaco

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ana martinezAprovecho este espacio de opinión para mostrarle a todos mis queridos lectores una pequeña crónica de esa Venezuela que alguna vez tuvimos y que necesitamos rescatar, esa nación de brazos abiertos que adoptó a una generación de extranjeros que llegaron al país a trabajar y a venezolanizarse.

Aquí les dejo esta historia de la Venezuela que recibe y no que expulsa.

Trabajando por un sueño

Aún el aire estaba cargado de polvo y de la convulsión de aquella guerra que le dieron el calificativo de «Mundial», las calles estaban repletas de escombros, parecía que las ilusiones habían sucumbido.

¡No, no había esperanzas para nadie!

Todavía se sentían caer las bombas, aún los hombres y las mujeres se levantaban a media noche temiendo ser víctimas de un ataque. La guerra había terminado, pero las calles del norte de Italia aún eran reflejo de aquella tragedia.

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¿Soñar?, para casi todos eso era imposible; los anhelos de la mayoría habían quedado bajo el calor de la metralla o el impacto de un obús; pero para aquel joven, despierto mozalbete, apenas iniciaba la vida y con ella la bendición del trabajo duro y de los éxitos.

– ¿Quién quiere ir a Venezuela a trabajar?, preguntaba un funcionario en italiano barnizado con acento caribeño.

Él, decido y con optimismo dijo que sí, y mostrando sus manos, que detrás de los callos iniciales evidenciaban sus arduas tareas de ayudante de mecánica, fue aceptado y embarcado en un viaje largo en travesía y corto ante las ansias de ver lo que aquel mundo nuevo le ofrecía.

No llegaba a los 20 años de edad, y esa Venezuela de la década de los 50 repleta de riquezas, de trabajo y de sueños se le presentaba como el escenario ideal para alcanzar sus metas, aquellas que su tierra natal no le podía dar en medio del recuerdo vivo de las cenizas y de guerra.

El oriente venezolano con su calor tropical, envuelto en la enigmática belleza de las arenas que bañan con frenética pasión sus costas, lo recibió, le dio un beso de sol y un apretón de cal en sus manos; en el pequeño pueblo de Cantaura, allí en medio de las leyendas y costumbres aborígenes, inició su labor de soldador, ¡siempre soñando, siempre trabajando, así emprendió el cumplimiento de su destino!

De Cantaura pasó a Anaco, esa población tan joven como los anhelos recién nacidos del ya no tan muchacho. Allí continúo trabajando, dando lo mejor de sí, bendecido por Dios, coronado por sus esfuerzos y ayudado por las oportunidades que le brindaba esta nueva nación, que se convirtió en su patria, tanto o más que se consideraba «criollito».

Así pasaron los años, como fue cambiando Venezuela así fue evolucionando el trabajador; poco a poco se fue labrando un camino, fue construyendo un porvenir, igual que muchos italianos progresó, se venezolanizó, no solo en documentos sino en actitud, fe, amor y compromiso.

Su esposa venezolana, una bella chamariapera, sus hijos, su legado más grande, también son venezolanos. Con esfuerzos y sudor de su frente fue consiguiendo equipos y maquinarias, con trabajo creó una empresa venezolana, ha empleado a miles de venezolanos, ha ayudado a otros tantos de mil maneras, ha tratado de regresar tantas bendiciones que esta tierra le ha dado.

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Leonardo Colavizza, a sus 80 años de edad, es un anaquense, es un venezolano que nació en Italia, pero por más de 60 años ha dedicado su vida a esta tierra, a su gente, a sus compatriotas de hecho. Él es un ejemplo de que día a día, más allá de los problemas y obstáculos que enfrentemos, debemos seguir trabajando por nuestros sueños.

Colavizza fue movido por su amor al trabajo, por su amor a la vida, al prójimo, por su pasión por un sueño de beneficio no solo para él sino para sus trabajadores y compañeros.

¡Entonces!, ¿cómo construir un futuro, como lo hizo Colavizza desde muchacho?… Simple, trabajando por un sueño, luchando con amor tanto para ti, como para tu vecino y tus compañeros.

¡A trabajar!… Vamos a dar lo mejor de nosotros por Venezuela.

Por: Ana Martínez

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