La enorme brecha entre la macroeconomía y la economía real, o entre la economía de las corporaciones y la economía de los individuos hace que la bonanza de unos pocos no sólo hipoteque la riqueza (y la salud) de la mayoría sino que arriesga la continuidad misma del escenario sobre el que discurre esta empresa. La palabra economía nos remite etimológicamente a la (buena) administración de la casa, es decir de la Tierra. La economía está intrínsecamente ligada en un origen a la ecología; sin embargo, hoy no podría estar, en la práctica, más divorciada.
Esto es lo que explora en su proyecto de arte callejero guerrilla, The Economy, un individuo conocido bajo el nombre Someguy. Frases provocativas que nos hacen reflexionar sobre la profunda contradicción que encarna el progreso econónico capitalista. Curiosamente la gran mayoría de las cosas que, según el sentido común, nos parecerían dañinas para nuestro cuerpo y nuestro entorno son buenas para la gran economía, aquella que está tan lejos de nosotros –pero a la cual difícilmente podemos dejar de engrosar. El crimen, la guerra, las drogas, las enfermedades, por ejemplo, son de los grandes estimulantes económicos del modelo dominante actual.
“La obesidad es buena para la economía”. Sí, evidentemente, la obesidad, tan característica de países como México y Estados Unidos que consumen enormes cantidades de comida rápida, refrescos, harinas, golosinas y en general alimentos chatarra cargados de azúcar, es un gran negocio para distintos rubros de corporaciones.Por supuesto compañías como McDonalds, Coca-Cola o Nestle que fabrican estos productos alimenticios (o seudoalimenticios), pero también para las grandes farmacéuticas que fomentan el desarrollo de nuevas y crónicas patologías para vender millones de pastillas. Esto no es ningún secreto, y voces como la del Premio Nobel Richard J. Roberts han revelado este macabro modus operandi: el lucro con la muerte lenta.
El hombre obeso es el perfecto cómplice de este sistema psicosocial consumista. Por naturaleza compulsivo e inactivo, pasa todo el tiempo observando productos de entretenimiento que le informan sobre los últimos productos de consumo –con los cuales saciar su malestar. Su obesidad evidentemente será carne de cañon para la industria médica y farmacéutica quienes, como si este fuera uno de esos opíparos manjares en los que se servían todo tipo de carnes (cerdos, corderos, patos y faisanes), se darán un festín con su progresiva degeneración vital.
“El crimen es bueno para la economía”. La industria penitenciaria en países como Estados Unidos significa enormes ingresos a compañías privadas. Particularmente el negocio de las cárceles se alimenta de inmigrantes ilegales y consumidores de drogas, especialmente de la marihuana, la cual es una ciertamente también una medicina. La mecánica rapaz de este negocio hace que sea necesario que la sociedad produzca criminales –de igual manera que la industria farmacéutica necesita personas etiquetadas como enfermas para imponer sus tratamientos– y para esto cualquier cosa como cruzar un país en búsqueda de trabajo o fumar una planta milenaria son razones de peso.
De manera relacionada, la guerra y la guerra contra las drogas son enormes negocios, quizás los más grandes del mundo. Por una parte, la guerra dinamiza la economía, haciendo que el gobierno entregue inmensas sumas de dinero a contratistas militares, los cuales suelen ser buenos amigos o incluso socios directos de los más alto políticos (como es el caso de Dick Cheney, quien a través de Halliburton, cosechó enormes ganancias de la guerra contra Irak). La guerra contra las drogas deja una jugosa derrama a los bancos que lavan el dinero de los narcotraficantes –como es el caso de Wachovia, uno de los bancos más grandes de Estados Unidos, que lavó más de 380 millones de dólares del narco mexicano quedando prácticamente impune).
“El autoestima es malo para la economía”. Los ideales irreales de belleza que proyecta nuestra cultura hacen que muchas personas se sienten completamente insatisfechos con su imagen corporal y busquen ajustarse a los paradigmas –generalmente inalcanzables– de la belleza modelo, así comprando todo tipo de cosméticos, ropa y productos de estatus que supuestamente los harán sentirse mejor con ellos mismos. No se necesita ser muy brillante para darse cuenta que un autoestima basado en la adquisición de productos es sumamente frágil, lo cual es muy útil para la economía ya que, en su caída buscará ser paliado comprando un nuevo producto. En general la falta de seguridad y autoestima nos convierte en seres vulnerables a la enajenación, lo cual, de nuevo, es muy bueno para la economía.
“La deuda es buena para la economía”. Una economía basada en la deuda no genera riqueza, en tanto que no fomenta la producción; pero si engorda las arcas de las corporaciones y la élite que sólo por tener mucho dinero pueden cobrar grandes intereses y mantener a la población endrogada, sujeta a su poder supraindividual.
“La economía basada en la deuda fue inventada para que las personas con dinero pudieran enriquecerse con solo tener dinero, para eso existe… pero si el número de personas que quieren ganar dinero teniendo dinero crece a un punto en el que hay más personas existiendo así que en realidad produciendo algo, eventualmente la economía colapsa”, dice Douglas Rushkoff.
“Compartir el auto es malo para la economía”. En una economía basada en el consumo –de productos desechables y de energía no renovable– que usemos más automóviles y gastemos más gasolina alimenta la economía. Las grandes compañías automotrices constituyen uno de los sectores que más gasta en publicidad en todo el mundo; una publicidad, la de los autos, que es básicamente aspiracional y que busca conferir estatus. Así programando una masa de individuos que contraen grandes deudas para comprar autos que supuestamente les dotarán de una especie de magnetismo erótico o les otorgarán una mágica seguridad y una intempestiva felicidad. Y por supuesto, la quema indiscriminada de combustibles fósiles permite la existencia de compañias gigantescas como British Petroleum, Haliburton o Royal Shell que explotan países subdesarrollados, causan daños irreversibles al medio ambiente y viven completamente al margen de la ley: más poderosas que muchos de los países de los cuales obtienen su materia prima.