«Y tú, ¿para dónde te vas?», por @MarijoEscribe

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Marijo_EscribeEntré como todos los lunes en la noche a la sala de profesores de la universidad, con ese entusiasmo que me proporciona comenzar la semana rodeada de gente joven comprometida con su educación y gente valiosísima entregada a la tarea de formar profesionales.

Al llegar me recibió el saludo cordial de una docente a quien admiro, no solo por su impecable trayectoria profesional, sino por su amplísima cultura general y esa personalidad magnética que hace que todos a su alrededor guarden silencio cada vez que habla, para no perderse ni una sola de las palabras que tiene que decir.

“Profe, ¿cómo está?”, dijo con esa voz potente que la caracteriza. “¿Y usted para dónde se va?”. Extrañada y confundida, opté por guardar silencio. No entendía si se trataba de algún chiste o si estaba haciendo alusión a una noticia de último minuto, que se había hecho viral en redes sociales y de la que yo no tenía conocimiento.

Cuando notó mi cara de “ponchada”, agregó en tono reflexivo. “Es que durante las últimas semanas, cada vez que saludaba a alguien, le preguntaba cómo estuvieron sus vacaciones o cómo le ha ido en el trabajo; pero siempre terminaba escuchando una historia sobre cómo estaban preparando sus documentos para irse del país. Así que ahora voy directo al grano”.

El episodio terminó con unas risas nerviosas de mi parte mientras sorbía un café. Pocos minutos después me encontraba dando clases, hablando sobre el uso corporativo de redes sociales, la comunicación móvil y el uso de la gamificación para impulsar marcas. Sin embargo, las palabras de la profe seguían dando vueltas en mi cabeza.

Al llegar a casa no podía dejar de pensar en cómo el pragmatismo social de mi colega resumía una realidad que, desde el asesinato de Mónica Spear, se había hecho cada vez más común: Esas voces a mi alrededor por donde quiera que voy, susurrando entre ellas que el hijo de “Fulanito” se va a estudiar inglés para Irlanda, los hijos de “Sutanito” cerraron el negocio de toda la vida para probar suerte en Panamá o los vecinos de “Perencejo” están buscando trabajo en Canadá.

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Recordé que la semana pasada fui al Registro Principal de Barcelona (una odisea que merece una novela de terror aparte) y, en la cola para pagar, más de 12 personas (en distintos puntos de la larga fila que recorrí como perro sin dueño, para evitar calambres en las piernas) conversaban entre ellas sobre sus expectativas de la nueva vida que les esperaba en Dubái, Miami, Los Ángeles, Sevilla, Bogotá y Londres, si mal no recuerdo.

Ese mismo día me tocó ir al banco. Tuve que esperar más de una hora para ser atendida mientras esperaba de pie (pues, por alguna razón que desconozco, la moda en Venezuela es que los bancos no tengan sillas). Mientras estaba allí perdiendo una tarde productiva de trabajo tuve oportunidad de escuchar más de cuatro conversaciones de jóvenes, y no tan jóvenes, que tenían todo listo para dejar atrás todo lo que conocían y comenzar desde cero en Santiago de Chile, Berlín, Sídney y Charleston.

Hace un par de días fui a una reunión por el cumpleaños de una amiga y al menos 20, de las 24 personas que estábamos allí (profesionales todos, con más de 35 años de edad), tenían planes de agarrar sus trapitos y tomar un avión que los llevara bien lejos de la pesadilla de país en la que nos hemos convertido. Seis de ellos habían negociado ya, por Internet, el alquiler pisos en Barcelona y Galicia. Ocho tenían la mirada puesta en ciudades de Estados Unidos.

La mañana de ese lunes de epifanía, la mamá de mi mejor amiga me habló de sus aspiraciones de que mi hermana del alma se fuera a vivir a Houston, y lo feliz y tranquila que la haría sentir poder ayudarla a establecerse allá. La noche anterior mi vecina me contaba con lágrimas en los ojos que, así le costara todos los ahorros de su vida, tenía pensado mandar a su hijo adolescente a Tenerife, donde estaba parte de su familia.

Pensar en todo eso me hizo llegar a casa abrumada, entendiendo que no soy la única dispuesta a darme la oportunidad de tener calidad de vida más allá de las fronteras geográficas y culturales que nos ubican en el mapamundi.

Me senté frente a la computadora para leer noticias y los titulares me cachetearon sin piedad: “Crece número de venezolanos que emigran y solicitan refugio”, “Venezolanos salen del país en busca de mejores perspectivas laborales”, “Al menos 143.000 venezolanos decidieron buscar fortuna fuera de su país”, “Jóvenes hacen guardias por más de una semana a las puertas del consulado de Irlanda para legalizar papeles”, “La crisis y la inseguridad fuerzan a los venezolanos a emigrar”, “Venezuela: Seguridad y trabajo las principales razones para emigrar”.

Acudí al Twitter. El comentario de una amiga de Enrique, madre de una niña preciosa de tres años, terminó de desenterrar mis temores más profundos. “El problema aquí no es la fuga de divisas, sino la fuga de cerebros”, puso en su perfil.

Acto seguido, un ejercicio de creatividad me llevó a imaginar cómo sería Venezuela dentro de 10 años. ¿En qué clase de país nos habremos convertido, después que la gente con talento haya hecho su vida bien lejos de aquí?, ¿en qué clase de sociedad nos habremos convertido cuando me toque llegar a la edad en la que debería disfrutar con tranquilidad los frutos del trabajo de toda una vida y emprender proyectos personales orientados a satisfacer mi hedonismo?

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Un bloguero venezolano comentaba en uno de sus post que, al mudarse a Europa, había cambiado la calidad de vida que tenía dentro de las paredes de su casa por una “expectativa de conservar la vida” en las calles de aquella lejana ciudad en la que todo le resultaba ajeno. Creo que no podía ser más acertado. Priva el instinto de supervivencia.

¿De qué sirve tener dinero en Venezuela si no hay nada que comprar?, ¿de qué sirve tener seguro médico la salud privada está alcanzando los niveles de precariedad humillante de cualquiera de nuestros patéticos hospitales públicos?, ¿de qué sirve tener libertad de tránsito si estás sometido a un toque de queda autoimpuesto porque los malandros son los que mandan, bajo la impunidad que les da la noche y la (falta de) ley?

En un país donde 25 mil personas son asesinadas cruelmente en un año, por basuras humanas que rinden tributo a su cultura de la muerte celebrando “como una gracia” el dolor desgarrador de venezolanos valiosos, la pregunta más sensata tiene que ser, sin duda: “Y tú, ¿para dónde te vas?”

María José Flores  @MarijoEscribe

“Las aves emigran antes del invierno… The winter is coming»

Este artículo fue publicado originalmente en el blog de su autora: Marijo.es

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