Visitar San Andrés amerita la compra de una cámara de fotos sumergible. La decisión se reconfirma al sobrevolar la isla cuando el avión comienza a descender, y se ve el mosaico de diez o veinte o cien –aunque dicen que son siete- tonos de azul, celeste, turquesa, aguamarina, verde, cobalto y petróleo, y todas sus gamas. Es cierto todo lo que nos habían dicho acerca de las aguas desde donde comandaba Morgan.
Volamos 700 kilómetros desde la capital colombiana para llegar a la isla que le da nombre al archipiélago que integra junto a Providencia y Santa Catalina, que descansa sobre el Caribe frente a las costas de Nicaragua. San Andrés es la más grande, y no supera los 27 km cuadrados. Nos acoge un aeropuerto precario, donde por cada puerta se cuela el clima de un sauna y desde donde se ven palmeras y buganvillas asomando por todas las ventanas. Bienvenidos al trópico.
El chofer que nos lleva hasta la zona hotelera de San Luis se llama Kevin, es negro y nos recibió en bermudas y una camisa con palmeras. Nos invita a subir a un auto que no soy capaz de nombrar con su marca y modelo, como es de esperar, pero es de esos botes larguísimos de otra época que hace mucho ruido al acelerar para trepar las pendientes de la isla que, Kevin jura, se recorre en bicicleta en un rato.
Lo primero que nos llama la atención es el acento, que no se parece a la tonada de las novelas colombianas. Los isleños hablan kriol o creole english, la lengua oficial, una mezcla de inglés, español y algunos dialectos africanos, herencia de la influencia cultural de campesinos europeos, esclavos africanos, colonos españoles, corsarios y piratas. La impronta de todos ellos también va a parecer en el resto de sus costumbres, gastronomía y su forma particular de ver la vida. Y en la música, claro, donde conviven merengue, salsa, vallenato, calypso, reggae y reggaetón. Una invitación “a rumbear” puede terminar con destrezas adquiridas en todos estos ritmos.
El hombre nos relata un pantallazo rápido del trozo de tierra, la distribución de la zona hotelera, el centro comercial, las actividades que se pueden hacer fuera del all inclusive y nos alienta a las acuáticas. El dato de que San Andrés se encuentra en el podio mundial de la mayor biodiversidad coralina suma otro punto para la compra de la cámara.
Al llegar al alojamiento y entre tragos de bienvenida, hacemos el primer desembolso antes del chapuzón inaugural: un par de zapatos especiales, que se consigue –por supuesto- en una de las tiendas a un precio módico. Se trata de una suerte de alpargata ajustable de tela parecida al neoprene y suela de goma para poder entrar tranquilos al mar.
Lo que le da el color más oscuro al patchwork de los siete colores son los corales, que lastiman las plantas de los pies, con los erizos de mar. En adelante, todo será en zapatos de agua, traje de baño y protector solar. La arena blanca como talco de playas no tan extensas pero casi desiertas y bien equipadas con un bar de playa, ron y reposeras, serán las anfitrionas de la próxima semana de relax.
Hay lagartijas chiquitas, que parecen de silicona y se mueven a alta velocidad soportando el espanto inicial de los intrusos que se instalan a veranear en sus dominios. Son inofensivas y tampoco tienen interés en el contacto directo, así que con el correr de las horas su presencia se vuelve tan natural como la de las tumbonas, las palmeras y las piñas coladas del open bar.
Arena y sol, el mar…
Los all inclusive ofrecen la posibilidad de almorzar o pasar la hora del snacks (una suerte de merienda, casi siempre protagonizada por comida rápida tipo americana como pizzas, hamburguesas o salchichas), helados, jugos y tragos en el bar de la playa. Una buseta sale cada media hora desde y hacia el hotel, pero usualmente son distancias de menos de 2 km, que se pueden recorrer caminando y disfrutar del paisaje de flores y palmeras y la vista del mar.
En las playas ofrecen alquileres de kayak, jet sky y equipos de snorkel, que hay que regatear y negociar beneficios 2 x 1. También circulan masajistas ofreciendo sus servicios “pop up”, con una tienda y una camilla que arman y desarman. Después del mediodía, comienzan a aparecer isleños con propuestas de rumba en casas o fiestas privadas, que se acercan a los grupos de mujeres solas y evitan a los mieleros.
Los baños de mar componen lo mejor de todo lo bueno que ofrecen estas tierras. Sin olvidarse de los zapatos, es posible adentrarse más de 300 metros con el agua tibia por debajo de la cintura. Unas simples antiparras de natación alcanzan para descubrir la vida sub acuática que aparece al apenas sumergir la cabeza. Peces de colores, arrecifes, partes de barcos hundidos y flora marina a pocos pasos de la costa. No hace falta ser un experto nadador ni contar con un equipo profesional, aguantar un poco la respiración es suficiente para jugar en el lobby del universo submarino del Caribe colombiano.
Los cayos
Luego de quince minutos en lancha y cuatro chaparrones tropicales desde el puerto de San Andrés, llegamos a Johnny Cay, un cayo que recibe a sus visitantes con la bandera rastafari, y se parece más a Jamaica que a cualquier lugar de Colombia. La atmósfera baja unas cuantas marchas más, todo se mueve al ritmo de reggae y todos los colores que no son de mar, arena o palmeras, son rojo, amarillo y verde. El paseo es de medio día, para almorzar comida típica de la isla (la vedette es el plato de pescado frito, plátano verde y arroz con coco), caminar, tomar sol y comprar artesanías de coco que los isleños diseñan a la sombra de las palmeras, al son de Redemption Song. Muy cerca de Johnny Cay se encuentra Rose Cay o el Cayo Acuario. Rodeado de un arrecife de coral, reúne una enorme cantidad de especies marina que le dan nombre. Es imprescindible un equipo de snorkel para nadar con rayas, peces de todos los tamaños y colores, caballitos y estrellas acuáticas.
Puerto libre
Desde 1953, San Andrés es puerto libre de impuestos. Muchos de los productos y servicios que están gravados con el IVA (aproximadamente el 16% en artículos y 10% en servicios), en la isla están exentos. Esto se traduce en una diferencia de precios en perfumería, cosméticos y productos comestibles importados de entre el 30 y 40% con respecto al resto del territorio colombiano. En el caso de la tecnología, en otros puntos de Colombia también está exenta de impuestos en algunos casos, pero sigue siendo conveniente en comparación con Argentina.
En el centro comercial de la isla hay perfumerías, tiendas de ropa y accesorios, locales de productos gourmet, golosinas de todas partes del mundo, cigarros y habanos cubanos y locales de electrónica y tecnología donde comprar la preciada cámara para hacer fotos y videos debajo del agua (para los presupuestos más modestos, se consigue la vieja cámara Kodak de rollo descartable y sumergible por pocos dólares, en cualquier quiosco).
El punto de encuentro es la Plaza de la Barracuda, desde y hacia donde parten las busetas de los hoteles cada media hora para llevar pasajeros.
Mundo All Inclusive
Los hoteles de San Andrés no están pensados para no salir del resort. Si bien cuentan con la infraestructura para permanecer dentro del hotel todo el tiempo que el huésped quiera, con varias piscinas y distintas opciones de restaurantes, por lo general las cadenas ofrecen la posibilidad de canjear una noche o una cena con cualquier otro hotel de los que la misma familia tiene en el centro de San Andrés o en la vecina isla de Providencia.
Además, en todos los hoteles se puede comprar excursiones a los cayos, salidas de buceo y el paseo nocturno en el barco del Pirata Morgan, con ron y show a bordo y la vista de la costa iluminada desde el mar. Dentro de los complejos, hay bares y discotecas temáticas: los grupos de amigos prefieren los de reggaetón y las parejas eligen bailar boleros a la luz de las antorchas y de las estrellas del cielo del Caribe.
Los dispensers de café son tan comunes como los de agua fría y caliente: en Colombia, el «tinto» es casi tan necesario como el aire para respirar. Fuera de la zona hotelera hay una enorme variedad de posadas rústicas, con desayuno incluido, que permite el contacto más cercano con los isleños.
Fuente [Losandes.com.ar]