Esta es la verdadera historia de Alicia en el país de las maravillas - Lea Noticias

Esta es la verdadera historia de Alicia en el país de las maravillas

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Si hubiera que redactar un listado con los 100 libros más influyentes de todos los tiempos, no es improbable que, de manera subrepticia, casi como el condenado Conejo Blanco, «Alicia en el País de las Maravillas» escalara puestos hasta una rescatable posición.

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En general, el público anglosajón adora las aventuras de Alicia, y el propio Lewis Carroll no desdeñó escribir una secuela, que es «Alicia a través del espejo». Para el público hispánico, quizás Alicia sea una obra algo menor, y no debe ser casualidad, ya que por un lado está la admirada pero resistida presencia de Disney, que hizo su propia adaptación en 1951, además de que en la traducción se pierde una de las más firmes bazas de la obra: la innumerable cantidad de juegos de palabras, así como de parodias a poemas escolares ingleses, imposibles de ser paladeadas a discreción por cualquiera que no tenga acceso al texto original en inglés.

Aún así, «Alicia en el País de las Maravillas» puede considerarse popular e influyente. Tanto, que un poco a la manera de como Sherlock Holmes opacó a Arthur Conan Doyle, también la Alicia literaria opacó un tanto a Alice Liddell, la verdadera Alicia, que sirvió de modelo para la creación de Carroll.

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Alice Liddell, conocida también como Alice Hargreaves (su nombre de casada) nació en 1852. Puede decirse que su vida es prototípica de la Inglaterra victoriana, ya que creció para contraer matrimonio, tuvo hijos, y falleció a provecta edad, ya bien entrado el siglo XX (considerando que es de fama decimonónica), en 1934.

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Pero cuando era una chica de diez años apenas cumplidos, su vida se había cruzado con la de Lewis Carroll, un individuo bastante peculiar, sobre cuya psicología los autores no terminan de ponerse de acuerdo. La madre de Carroll había fallecido cuando éste era muy joven, y esto perturbó profundamente el espíritu del futuro escritor.

Hace un vivo contraste en Carroll, el hecho de dedicarse a la lógica y las matemáticas, por un lado, y por el otro seguir la carrera eclesiástica, aunque una ligera tartamudez le impedía predicar, y por tanto, jamás pasó de diácono (aunque con todo se le llama impropiamente «reverendo»).

Esta tensión nunca resuelta en Carroll es probablemente la fuerza motriz detrás del País de las Maravillas, universo tanto lógico como desquiciado, todo ello a un tiempo. En cuanto al sexo, su pacatería encajó estupendamente en la puritana moral victoriana, y por ende, no llamó la atención que nunca se casara. Ni que prefiriera la compañía de las niñas pequeñas (en particular de ocho a catorce años) a la de las mujeres adultas. Sobre si Carroll tenía tendencias pederastas o no, han corrido ríos de tinta, pero no puede decirse que haya nada de comprobado al respecto.

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El caso es que, el 4 de Julio de 1862 (el día de la independencia de Estados Unidos, aunque probablemente esto sea una coincidencia, porque todo esto transcurre en Inglaterra), Carroll y las revoltosas hermanas Liddell (Lorine de trece, Alice de diez, y Edith de ocho) salieron a un paseo en barca por el río Támesis, cerca de Oxford. A ellos los acompañaba el reverendo Robinson Duckworth.

Resulta que las tres chicas insistieron en que Carroll les contara un cuento, y éste, pillado de sorpresa, empezó a contar la historia de una chica llamada Alicia, a la que le sucedían mil peripecias bajo tierra, y que el pobre hombre tenía que ir improvisando por el camino, por razones obvias (de ahí el carácter un tanto episódico y destartalado de la futura «Alicia en el País de las Maravillas»).

De esto, tanto Carroll como Alice como Duckworth dejaron testimonio. Alice quedó tan entusiasmada con el cuento, que prácticamente obligó a Lewis Carroll a ponerlo por escrito. Este, obediente a los caprichos de su amiguita, lo transcribió de su propio puño y letra, lo acompañó con ilustraciones propias, y se lo ofreció como regalo en la siguiente Navidad.

Carroll no tenía intenciones de publicar estas primitivas «Aventuras de Alicia bajo Tierra», pero ante la insistencia de todos quienes lo leían, y a quienes tanto le gustaban, Carroll optó por reformatear la obra original, quitando los pasajes que en realidad eran chistes privados (y que consecuentemente el lector casual no pescaría), y añadiendo algunos otros capítulos, hasta construir la actual «Alicia en el País de las Maravillas», que fue publicada en 1865, e incluso tuvo su secuela en «Alicia a través del espejo», en 1871. Para la primera versión impresa, fueron descartados los dibujos de Carroll, y en reemplazo entraron los de Tenniel, que le dieron a Alice una personalidad única desde el punto de vista gráfico.

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Se pueden escribir toneladas de cosas sobre los significados lógicos, políticos o teológicos de Alicia, pero todo esto oscurece el detalle de cómo Alicia es percibida por Carroll. Ya dijimos que la Alice Liddell adulta era una muy compuesta señora victoriana, pero si la niñita se parecía a la Alice literaria, entonces debe haber sido un auténtico terremoto.

Parte de la diversión es que en el País de las Maravillas se pueden reconocer muchos motivos y comportamientos victorianos (y ya puestos, comportamientos también propios de nuestra sociedad), pero desde una óptica distorsionada en una lógica bizarra que todos sus habitantes asumen como «la correcta». Y Alice, lejos de ser una chica compuestita, llega a cuestionarlo todo y ponerlo patas arriba: es el triunfo de la rebeldía y la espontaneidad de la juventud, con su curiosidad y su afán de no aceptar las cosas porque sí, por encima del conformismo idiotizante del resto de los personajes, que son felices viviendo en un mundo literalmente patas arriba.

Se ha observado que el País de las Maravillas es tan absurdo como los mundos kafkianos, pero mientras que en Kafka los protagonistas siempre son aplastados por el absurdo, en vez de ello Alice se rebela y consigue defenderse, y aún consigue triunfar sobre su alrededor. Quizás aquí está el meollo, más allá de la enorme creatividad de la obra, de por qué Alice Liddell valoró mucho más este cuento que los pedantes relatos moralizantes victorianos a los que se le obligaba a leer en la escuela.

[Fuente: sigloscuriosos.blogspot.com]

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