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Evolución del comportamiento sexual de los humanos

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Pese a la capacidad de raciocinio del humano, éste no puede obviar que la taxonomía de su especie dice “primate”. A través de la evolución hemos adquirido conductas sociales que determinan nuestro comportamiento sexual–las cuales compartimos con nuestra familia biológica más primitiva (clarifica Christopher Ryan, “no descendemos de los primates: somos primates”. Si vamos hacia atrás en el tiempo, encontraremos a nuestra especie despojada de todas las reglas sociales impuestas en la actualidad, luego entonces encontraremos nuestros instintos más básicos descubiertos.

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Darwin afirmaba que desde el inicio de nuestra especie ha existido un intercambio en el que las relaciones hombre-mujer estaban motivadas por un interés mutuo ya que el hombre, para asegurar su reproducción, se comprometía a proteger a la mujer y proveerla de alimento, así como a sus crías. El compromiso de la mujer se fundamentaba en tener hijos, cuidar de ellos y prometer fidelidad al hombre. Aceptar que el vínculo hombre-mujer siempre ha sido de esta forma, es asumir que se trata de una condición genética, sin embargo estas características no se encuentran en nuestro ADN. Así lo reseñó pijamasurf.com

Esta relación de interés no pudo haberse desarrollado desde los inicios de la especie humana, sino hasta el surgimiento de la agricultura, actividad a la que el hombre se ha dedicado tan sólo 200, 000 años, 5% del tiempo de su existencia. Antes de la agricultura los hombres eran nómadas, no podían procurarse un techo de manera permanente y se regían por la ley del más fuerte.

El humano siempre ha sido un ser social, todas las amenazas a las que estaba expuesto lo obligaban a desplazarse junto con una tribu, con la que se compartía todo, incluyendo el sexo. Probablemente existía empatía entre una pareja pero no había exclusividad sexual. Y esto último es algo en el que todos los antropólogos están de acuerdo.

Existen varias similitudes y caracteres hereditarios sexuales entre el hombre y los primates.  El hombre promedio copula unas mil veces en su vida, una cifra similar a los más promiscuos de esta familia homínida, los bonobos (quienes también gustan de practicar el sexo oral y de las relaciones homosexuales) y los chimpancés, pero mayor que la de los gorilas y los orangutanes –por lo cual uno podría llamar a los sementales de nuestra sociedad “bonobos” y aquellos menos diestros en las artes amatorias “orangutanes”. Sólo el bonobo conoce el romanticismo de la mirada –”love comes in through the eyes”, escribió W.B. Yeats– y al igual que el hombre copula  de frente a su pareja.

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Al igual que el hombre, los bobobos y los chimpancés tienen testículos externos: cumpliendo la función básica de refrigerar el esperma, permitiendo eyaculaciones frecuentes.

Aunque pensaríamos que los primates y en general todos los animales no ocultan su sexualidad, las chimpancés hembras tienen el estigma de la culpa y ocultan su infidelidad, en otro paralelo con el hombre.

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