En el barrio ultra ortodoxo de Mea Sharim, en Jerusalén, se ofrece una solución muy simple para quienes desean evitar caer en “tentaciones mundanas”, tales como mirar indecorosamente a las mujeres.
A cambio de seis dólares, se puede conseguir unos anteojos que tienen adherida una estampa transparente en sus cristales, lo cual ofrece una visión limitada: apenas se puede caminar sin tropezar, pero bloquea todo lo que aparezca más allá de esa distancia, tornando borrosas —junto con el resto del mundo— a las viandantes que, como se dice en los Evangelios, pudieran ser “ocasión de pecado”.
En autobuses, colegios y plazas públicas, la ortodoxia religiosa impone una férrea separación de los sexos. Inclusive en los barrios de dicha zona se pueden leer carteles colgados en las casas que exhortan a las mujeres a evitar las minifaldas y los escotes sugerentes.
Para quienes se ven obligados a viajar fuera de la ciudad, especialmente en aviones y otros medios de transporte público en los que el contacto con extraños es inevitable, también se ofrecen capuchas y escudos que bloquean la visión periférica.