El que se fue no hace falta, hace falta el que vendrá, en el juego de la vida unos vienen y otros van…así cantaba el famoso Tito Rodríguez una canción que era una despedida y un no hay vuelta atrás para darle la bienvenida a lo nuevo que la vida nos depara. Con este mensaje no queremos despedir para siempre a quienes ya se han ido de Venezuela a buscar mejores oportunidades, esta siempre será su patria, como la madre siempre hay una sola. Sin embargo, queremos intentar hacer un llamado de alerta a quienes abandonan un sueño de país, que hasta hace apenas unos meses nos unía en una sola masa de esperanza y cambio. La emigración en nuestro país era un fenómeno que se presentaba de manera muy esporádica pues los venezolanos consideraban que su nivel de vida futuro no estaba en riesgo; sin embargo, esa percepción ha cambiado probablemente influenciada por el hecho de que nos hemos mantenido en una intensa conflictividad política y social y la violencia se ha convertido en uno de los problemas más graves, y además porque existe gran incertidumbre en cuanto al Modelo de Desarrollo Productivo Socialista que se pretende implantar.
Emigrar es algo más que la búsqueda de oportunidades económicas, de un trabajo, es también la búsqueda de un contexto seguro que permita el desarrollo de la simple vida cotidiana. La emigración de venezolanos ha venido creciendo particularmente en los estratos medios de la población y entre las razones más frecuentes para dejar el país se han identificado: el hecho de no visualizar oportunidades de desarrollo individual y la inseguridad personal.
Los efectos de dos décadas de crisis económica, social, política e institucional se reflejaron en la pérdida generalizada de niveles de bienestar y de calidad de vida entre la población residente en Venezuela. En ese contexto, el país aparentemente dejó de ser un destino atractivo para la migración internacional y, por el contrario, se produjeron importantes movimientos de retorno además de hacerse evidente la emigración de venezolanos. De esa forma cambiaron las pautas migratorias de los nacidos en esta patria, quienes nos habíamos caracterizado por una baja predisposición a migrar al exterior.
No obstante las razones, justificadas en la mayoría de los casos; hay un factor psicológico-emocional que impera sobre cualquier excusa, y según mi visión es el miedo. El miedo, que según los expertos psiquiatras, psicólogos y terapeutas es una emoción capaz de paralizar al más fuerte de los titanes. Ese cinturón que aprieta los sueños, que obstaculiza el pasaje de los pensamientos y metas hacia el corazón que nos mueve la vida y la lucha diaria por alcanzar los más sinceros anhelos. Por ello este escrito, no está hecho para juzgar a quienes se han ido o están pensando irse, incluso porque no estamos exentos de hacerlo un día, sino por el contrario, creo que es el momento de ver muy bien qué es lo que nos está llevando a tomar unas maletas y marcharnos de nuestra tierra. Si es miedo, pues habrá que conseguir coraje debajo de las piedras, porque precisamente esa terrible emoción es la misma, por ejemplo, que contaminó al pueblo cubano a entregarse a un régimen que sencillamente podía controlarlo y acostumbrarse a vivir de las limosnas que el Estado quisiera dejarles para vivir o medio vivir.
Entonces, reflexionemos, si el móvil de la emigración venezolana actual es el miedo, les tengo una mala noticia, jamás habrá retorno a nada, pues ya habremos perdido todo.
Por Maggi de los Ángeles Di Lena García