“¡Adiós, conciencia moral ciudadana!” por @gvallejob - Lea Noticias

“¡Adiós, conciencia moral ciudadana!” por @gvallejob

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Hubo un tiempo en el que las personas eran formadas desde muy temprana edad, para el despertar de la conciencia de lo ético y del juicio entre el bien y el mal. La conciencia del individuo era fundamental para su inserción social y se construía responsablemente en el seno del hogar con valores ancestrales de honorabilidad.

Formar hombres y mujeres de bien, era la ineludible y vital responsabilidad del entorno familiar con cada nuevo miembro que la integraba, era la principal tarea de los padres y constituía el mayor y más importante legado para con su descendencia. Era importante la reputación del individuo y el honrar con su conducta a sus antepasados.

¿Cómo y con qué se emprendía semejante tarea? Casi nada; ¡Formar a hombres y mujeres de bien!…

Formación religiosa

Independientemente del credo de cada quién, por lo general, la religión forma valores de amor y respeto, al Creador, a la vida y al prójimo. En Venezuela, más del 95% de su población se identifica como cristiana, considerando en este inmenso grupo a todas sus variantes: católicos, evangélicos, testigos de Jehová, mormones, adventistas, etc. Aunque ciertamente existen diferencias conceptuales entre cada una de ellas, comparten un mismo origen y para el propósito que de momento nos atañe, cumplen exactamente el mismo rol. Crear conciencia entre el bien y el mal.

La formación religiosa era vital para formar la conciencia, puesto que desde que ésta despertaba, el individuo evaluaba sus acciones y su conducta y sabía por conocimiento, si con sus actos infringía o no, las Sagradas leyes de Dios. El temor a Dios y a su juicio era altamente disuasivo de la mala conducta.

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Formación cívica

A la par de la formación religiosa, en el hogar, en las escuelas y colegios venezolanos, se prestaba especial atención a la formación en valores cívicos. Se desarrollaban los conceptos de Patria, Estado y Gobierno. Se introducían los conceptos básicos de los diversos Poderes Públicos y sus funciones ejecutivas, legislativas y judiciales. Se le daba una importancia trascendental a la Constitución de la República.

El individuo era formado con la absoluta certeza de que si transgredía las leyes, las instituciones actuarían con contundencia y las sanciones a sus acciones serían severas y ejemplarizantes.

Se comprendía que había códigos que penaban el delito y que el orden era sagrado, por tanto, romper el orden mediante el delito, tendría aleccionadoras consecuencias. La certeza del castigo del Estado para el delincuente era igualmente disuasiva de la mala conducta.

Formación moral

La orientación entre el bien y el mal formada desde el crisol del hogar es lo que nos conduce a vivir en civilización, codifica la conducta entre los ciudadanos y nos permite relacionarnos con respeto. Construye puentes de entendimiento, nos permite vivir en armonía social estimulando la virtud y se constituye como elemento esencial de la conciencia ciudadana.

Hubo un tiempo no muy lejano en el que actuar de manera inmoral producía vergüenza en el individuo, fundamentalmente por un tema de aceptación social, pues la sociedad comparte en general los mismos principios, de hecho, esos elementos comunes son los que nos constituyen como sociedad. El temor al señalamiento público por una falta moral era importante para el individuo, pues en su conciencia le era difícil ser indiferente. A la gente le daba pena, ser un inmoral.

De manera que el respeto a Dios, a las leyes y a las instituciones de Gobierno o simplemente el respeto a los demás ciudadanos, eran construidos en cada individuo con extremo cuidado, se educaba a los hijos para proveerlos de una sólida conciencia moral ciudadana. Sin esos elementos formadores de autocontrol, un individuo se vuelve un antisocial, un sociópata que pierde la noción de la importancia de las normas sociales, como las leyes o los derechos individuales.

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¿Qué nos pasó?

Es triste tener que escribir este artículo en pasado, pero es que seguramente algo de lo que se hacía, no lo estamos haciendo en el seno de cada hogar. Vivimos tiempos de inconcebible anarquía, de odio desbordado, de inaceptable violencia, de manifiesto rencor y absoluta pérdida de valores.

Son muchos los elementos que nos muestran una terrible decadencia moral. ¿En qué estamos fallando? Este no es el país que soñamos, ésta no es la noble nación que forjaron nuestros próceres y mucho menos la que queremos legar a nuestros descendientes.

Por sólo citar un ejemplo, hablemos de la epidemia de invasiones. Quienes las ejecutan, justifican su accionar en el reclamo que le hacen al estado venezolano de "una vivienda digna", sin embargo, en su procura pasan por encima, y sin remordimiento, de la formación que les creó conciencia moral ciudadana. Cómodamente se desprenden de cualquier principio fundamental del sistema ancestral de valores y sin importar el daño que le causan al agraviado y alimentados por un ambiente de impunidad judicial, se van apoderando de lo que no les es propio.

Les importa poco cuánto esfuerzo representa para su legítimo propietario, el inmueble que ocupan ilegalmente, cuánto trabajo o cuánto sacrificio -incluso de varias generaciones- hubo detrás de la adquisición de un bien patrimonial.

Cuando una abuela de sólida reputación moral, rechaza aceptar un obsequio que sabe proviene de un delito, actúa con dignidad. ¿Cómo puede ser digno un hogar que se construye sobre un inmueble que le fue arrebatado a otro? Ese inmueble podrá ser cómodo, amplio o seguro, pero jamás digno, pues sus ocupantes no lo son, ni lo serán jamás. Mientras vivan allí, el resto de la sociedad sabrá que fue mal habido, sabrá que para ostentarlo, atropellaron a otros seres que sufrieron el daño que les infligieron. Ni sus descendientes se podrán desprender de ese estigma y cuando esos niños o jóvenes tengan una mala acción, no tendrán moral para corregirles nada. Cosecharán lo que están sembrando…

En sus conciencias siempre quedará grabado como en mármol, que pecaron ante Dios, dañaron a su prójimo y atentaron contra el orden de una república, nunca podrán llevar la frente en alto y siempre tendrán la duda de si quien los mira, los observa, o más bien los señala. Como quien vende el alma al Diablo, decidieron perder lo más sagrado. La moral, la dignidad y el honor.

Si todo eso se concreta, digamos entonces: ¡Adiós, conciencia moral ciudadana! Y démosle las gracias a nuestro sistema judicial y a nuestra indolente indiferencia.

Fuente:

Gonzalo Vallejo

@gvallejob

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