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En los tiempos de nuestra niñez nos divertíamos con los juegos existentes para la época. Estos no solo contribuían con el disfrute de una infancia feliz sino que fortalecían los lazos de amistad y solidaridad porque estaba permitido que hembras y varones jugaran juntos en sana paz.
El escondido era el favorito de los más pequeños. Mientras se ocultaban en los más recónditos lugares de la casa, uno debía buscarlos hasta encontrarlos, momento en el cual cambiaban los roles.
Para el librado, un perseguidor corría buscando a los contrarios, al detener a alguno lo apresaba en una base hasta que llegaba un integrante del mismo bando y lo tocaba para librarlo de la supuesta cárcel.
Muy famoso fue el “matarile”. Mediante un diálogo cantado, en una especie de vaivén, tomados de las manos los integrantes de cada equipo preguntaban y respondían: ¿Dónde está la llave, matarile rile rile?, En el fondo del mar, matarile rile rón. -¿Quién la irá a buscar? Fulano.- ¿Y qué nombre le pondremos? Nepomuceno, matarile rile rón. De esa manera cada uno era elegido hasta que se rotaban los personajes.
Una inocentada cometían dos amiguitas que se conocían todos sus secretos, cuando se molestaban. La que se consideraba agraviada le pedía a la otra “dame el deíto”, entonces entrelazaban sus dedos meñiques de las manos derechas y en un jalón se decían entre sí “brava, brava, brava”.
De esa manera dejaban de hablarse y de andar juntas por un tiempito. Pero después de reflexionar se justificaban diciéndose algo así: se me puso brava porque me regaló galletas de vainilla con chocolate y yo le di chicharrón con pelos. Como ella es rica me regaló un pañuelo de seda con mis iniciales bordadas pero como yo soy pobre no quiere aceptar mi pelota de goma.
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Ay, me hace falta mi amiguita. Y si ella le cuenta a Sutana que yo le quise quitar el novio y por eso están bravos, el problema en que me meto es grande.
Y qué tal si le dice a Mengano que yo le regalé los cochinos de su chiquero a un muchacho que vive en el otro pueblo? Mejor nos contentamos para vivir felices.
Así las cosas, estrechaban nuevamente sus delicadas falanges exclamando “contenta, contenta, contenta”.
Tal parece que los gobernantes actuales jugaron en esa época y aún creen seguir haciéndolo porque después de darse ínfulas, se esconden, mandan a cualquiera preso, le quitan lo que sea a quien les de la gana, cantan aunque desafinen, ofrecen hasta lo más inimaginable pero cuando quieren dar migajas y el pueblo no se las acepta entonces son ellos los que piden “el deíto”.
Por: Gliceria Gil / @Glimargica