«El asunto Caldera» por Víctor Rodríguez Coa

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Decía el Caldera más famoso de este país, el ya fallecido ex presidente Rafael, que entre el periodismo y la política existía una relación matrimonial, con sus desaveniencias, contradicciones, encuentros y desencuentros, pero indispensable y necesaria en la vida de una sociedad democrática moderna. La afirmación la comparto plenamente y la respaldo con cuarenta años de ejercicio profesional en el periodismo vinculado a la política.

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Me consta, de tanto andar “por estas calles”, que es habitual, no es extraño, que un político, y más si es parlamentario, solicite y reciba respaldos y aportes económicos para el ejercicio de sus funciones. Si es partidario del gobierno de turno será apoyado por las autoridades administrativas del caso. Y si no es así buscará financiamiento, y lo conseguirá, en el sector privado. No es nada nuevo, de paso. El que se considere libre de este pecado, que lance la primera piedra.

En alguna oportunidad el legislador, para impedir que los intereses económicos privaran sobre el ejercicio de la política, remitió al CNE, vía legal, el financiamiento de los partidos que obtuviesen un cierto porcentaje de la votación nacional. Eso fue eliminado al principio de la era chavista.

Claro, hay un tema para discutir, en lo que algunos dan en llamar práctica de dibujo libre: el financiamiento de la actividad política. Hay una línea muy fina, casi que imperceptible, que enreda la práctica de la conducta humana. ¿Es moral o inmoral solicitar y recibir respaldos económicos para desarrollar tus actividades? ¿Es ético o antiético?. Si no condiciona tus decisiones en la cosa pública, ¿puedes recibir donaciones libremente?. No tengo claridad al respecto. Llamo a la discusión. Es un buen tema para las barras de los botiquines.

Juan Carlos Caldera incurrió en la ingenuidad de ir a una casa donde sería grabado sin saberlo. Es evidente el montaje. Viejo, si no hay nada que ocultar, házme una transferencia a mi cuenta bancaria que ya sabré explicar, a quien corresponda, por una donación lícita. Obvio, es tarde para corregir y el mal está hecho. Que sean prácticas de la vieja política, está por verse. Limitaría el ejercicio de la actividad y sólo podrían ejercerla los que tienen dinero. Y los que no, que se jodan.

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Por eso, la desfachatez, el caradurismo y el cinismo con los cuales la jauría chavista, que antes fue masista, adeca, copeyana -en este mundillo los conocemos a todos- presenta el caso del diputado Caldera. Es la vieja conseja de hacer leña del árbol caído, apuntando hacia una diana superior. Eso no puede inscribirse, en este país bizarro, sino en el círculo de la guerra sucia para enlodar la campaña de Enrique Capriles y sus exitosas movilizaciones pueblo por pueblo, casa por casa, de contacto directo con el elector. Suerte que, como lo expresó un filósofo popular en El Guarataro, “mientras más ñoña quieren echarle a Capriles, más se crece”-

Que a Juan Carlos Caldera -he hablado con él varias veces y me parece un hombre bueno- lo enjuicie quien deba hacerlo. Le impondrán las sanciones que su caso amerite. Pero a la jugada se le ven las costuras. Primero fue Didalco, siguió la expropiación de Podemos y el PPT, De Lima con su paquetazo, Ojeda y su revire. Den por un hecho el lanzamiento de un nuevo-viejo candidato a la alcaldía de Petare con apoyo del oficialismo que lo excluyó y ahora le abre los brazos de nuevo. ¿Lo quieren de verdad? Está comprobado: en política, tarde o temprano, los errores se pagan.

Por Víctor Rodríguez Coa

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