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EL judío que burló a los Nazis

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Caminó entre los alemanes antisemitas que mataron a sus padres. Trabajó con el ejército estadounidense y los alemanes como traductor sólo para ver de frente a los asesinos de más de 6 millones de compatriotas

La historia nos relata un capítulo que, por la sangre derramada y el odio infundado, parece ser una fantasía. Lo conocemos como el Holocausto,  donde se intentó aniquilar a toda la población judía, muriendo casi seis millones de ellos.

Adolf Hitler estaba detrás de todo eso, detrás de la matanza en la que se generaron miles de historias hasta que el régimen antijudíos fue derrocado. En dicho proceso, cuando la guerra terminó, Estados Unidos inició una serie de entrevistas a nazis reconocidos, así como exámenes psicológicos para aprender de ellos.

Un judío alemán tomó el papel de traductor del ejército estadounidense para la tarea de las entrevistas. Hoy es el último sobreviviente de ese equipo. Esta es su historia, compartida por BBC Mundo, semana.com, diariode3.com y journeytojusticefilm.com.

Su nombre es Howard Triest, de 88 años, que cuando tenía 16, fue reclutado como soldado americano, dando servicio como traductor, lo que lo puso frente a frente con varios líderes nazis, esos que fueron responsables por la muerte de millones de personas, incluyendo sus propios padres.

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"Si retiras los nombres de estos nazis, y sólo te sientas y hablas con ellos, eran como tus amigos y vecinos", dijo Triest, luego de que pasara largas horas acompañando el trabajo de los psiquiatras americanos en Nuremberg.

Relató la forma en que, durante mucho tiempo, los vio como los tiranos que había que respetar, pues eran esos hombres los que mataron a su familia; mismos que ahora estaban frente a él, pero con los papeles invertidos, pues él estaba al mando.

"Había visto a esta gente en sus tiempos de gloria, cuando los nazis eran los dueños del mundo. Estos dirigentes habían matado a la mayoría de mi familia, pero ahora yo estaba en control".

Todo pasó en septiembre de 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial en Europa, y algunos altos mandos nazis seguían con vida e iban a ser juzgados por los crímenes de guerra que había cometido.

Entre los nombres de los criminales estaba el jefe de la fuerza aérea alemana, Luftwaffe, Hermann Goering; Rudolf Hess, segundo de Hitler, Julius Streicher y Auschwitz Rudolf Hoess, hombres importantes de esa parte de la historia.

"Es una sensación muy extraña, estar sentado en una celda con el hombre que sabes mató a tus padres. (…) Lo tratamos con cortesía, mantuve mi odio bajo control cuando estaba trabajando allí. No podías dejar ver cómo te sentías realmente porque no sacarías nada de sus interrogatorios. Pero nunca le di la mano a ninguno de ellos".

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Pero, ¿Qué descubrió de cada uno de ellos?

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Triest cuenta…

De Hermann Goering.

"Seguía siendo un hombre pedante; era el actor eterno, el hombre que estaba a cargo. Se consideraba a sí mismo como el prisionero número uno, porque Hitler y Himmler ya estaban muertos. Siempre quería la silla número uno en el tribunal.

Llegó a Nuremberg con ocho maletas, la mayoría llenas de drogas, pues era adicto, y le sorprendió que lo trataran como un prisionero y no como una personalidad famosa."

De Rudolf Hess.

"Era como un zombie, pensaba que lo perseguían, incluso cuando estaba retenido en Inglaterra. Hizo paquetes de muestra de comida y nos daba algunos a mí y a los psiquiatras. Pedía que los analizáramos, pues pensaba que lo estaban envenenando.

Era un prisionero callado, que respondió algunas preguntas pero no entró en detalles. Nadie sabía cuánto había de actuación y cuánto era real, cuanto realmente podía recordar."

De Rudolf Hoess.

"Era alguien muy normal. No parecía alguien que había matado a dos o tres millones de personas (…) Algunas veces yo estaba a solas con él en su celda."

El aún adolescente en ese entonces, también tuvo de cerca de Hoess, quien había sido el comandante del campo de concentración de Auschwitz; el lugar donde sus padres murieron.

El odio que Triest sentía era mucho, pero sabía que no podía delatarse y sabía controlarse. "La gente me solía decir: ‘puedes vengarte, puedes llevarte un cuchillo a su celda’. Pero la venganza estaba en que yo sabía que estaba tras las rejas y que sería colgado. Así que sabía que iba a morir de todas formas. Matarlo no me hubiera hecho ningún bien".

De Julius Streicher.

"Era el más grande antisemita. Lo entrevisté con otro psiquiatra, el mayor Douglas Kelley. Streicher tenía unos papeles que no le quería dar a Kelley o a ninguna persona, porque decía que no quería que cayeran en manos judías.

Finalmente me los dio. Yo era alto, rubio y de ojos azules. Él dijo: ‘Se los daré al traductor porque sé que es un verdadero ario. Lo sé por la forma en que habla’.

Streicher habló conmigo durante horas por que creía que yo era un ‘verdadero ario’, saqué mucho más de él de esa forma".

Y así como Streicher, cuyo periódico había alimentado el odio entre los alemanes antisemitas, muchos más nazis, nunca supieron que el traductor con el que hablaban en realidad era un judío, un hombre de la raza que ellos odiaban.

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Estar mirando a los ojos a los asesinos de su familia tenía un fin, pues se quería dar con la psicología de la mentalidad nazi, pero no hubo grandes resultados. La maldad parecía pura, sin sentido alguno, sin razones extraordinarias.

"¿Aprendimos algo de estas pruebas psiquiátricas? No. No encontramos nada anormal, nada que indicara algo que los hizo los asesinos que fueron. De hecho, eran bastante normales. La maldad y la crueldad extrema pueden ir con la normalidad. Ninguno mostró remordimiento. Dijeron que sabían que había campamentos, pero no tenían conocimiento de la aniquilación de gente.

Es una lástima que no pasaron por lo mismo que sus víctimas, que Hoess no haya sufrido en un campo de concentración de la misma forma que sus prisioneros."

Todo eso lo recuerda Howard Triest con tristeza, pues el alemán nacido en Munich, en 1923, era apenas un adolescente cuando tuvo que vivir la persecución nazi. Hacia 1939, viajó con su familia a Luxemburgo, un día antes de que Alemania invadiera Polonia, con la única intención de viajar a Estados Unidos. Viaje que no se pudo cumplir, por lo menos no del todo.

La falta de dinero hizo que la familia se separara y solamente Howard pudiera viajar a América. Para abril de 1940 ya iba en camino,  pero sus padres y hermanos tendrían que esperar un mes más, el cual no se cumplió, porque al poco tiempo, su madre, Ly, de 43 años, junto con su padre Berthold, de 56 años, fueron llevados a un campo de concentración donde fallecieron.

Su hermana llegó a Suiza y pudo llegar hasta los Estados Unidos para reunirse con él. Pero la pesadilla, después del conflicto bélico no parecía terminar, pues hacia 1945 fue cuando Howard de nuevo llegó a Europa para sentarse a "charlar" con los líderes nazis.

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Y es de ahí de donde nacen los relatos, que fueron recogidos y hechos un libro llamado "Adentro de la prisión de Nuremberg", por el historiador Helen Fry. Así como también se ven reflejadas en la cinta  Journye to Justice, de Steve Palackdharry.

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