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Los muertos de agosto en Venezuela alcanzaron cifras mayores que las reportadas por países en guerra. Más de 550 en 30 días. La delincuencia es la primera preocupación de los venezolanos. El crimen y el riesgo cotidiano de la muerte, de los asaltos, de los secuestros, de los asesinatos, mantiene a la población en una especie de estado de sitio que ha alterado sus hábitos, sus costumbres, sus vidas. No hay en el país una familia que no haya sido afectada por un secuestro, un robo o la muerte de un pariente. La delincuencia, en una palabra, obligó a los venezolanos a alejarse de las calles en horas nocturnas; pero eso no les ha bastado, pues los facinerosos van a buscarlos a sus casas.
La muerte es la amenaza permanente de los barrios, en especial de Caracas. Gentes modestas que cumplen su trabajo y se esmeran en servirle a la comunidad, como un sastre, como el propietario de una casa de abastos o el padre que vela a un hijo en la funeraria y va a su casa y es asesinado en el camino, no han escapado de la creciente ola de crímenes que tiene aterrados a los venezolanos y, en especial, a los habitantes de zonas de clases baja y media. La delincuencia domina a la sociedad, y la sociedad no tiene quién la defienda. Además del terror a los criminales, a la población la aterra y la angustia su indefensión. La aterra la gran impotencia en medio de la que vive.
La gente sabe que la gran responsabilidad por el estado de indefensión, por el auge y el estallido del crimen es del Gobierno de la revolución bolivariana. El discurso violento, las arengas dirigidas a dividir la sociedad entre “patriotas” y “apátridas”, ha sido una de las primeras causas de la delincuencia en Venezuela. El desprecio por el otro se ha convertido en desprecio por la vida. La delincuencia, en una palabra, es producto de la siembra de odio que desde hace trece años soporta la nación. Ni siquiera porque está convaleciente de una grave enfermedad, el Presidente de la República ha variado su actitud ante los venezolanos.
Un gobernante que se niega al diálogo, que menosprecia los derechos humanos de la población, que se traza como principio y fin único de su proyecto político la eliminación de todos los que no piensen como él, que considera enemigos y “agentes del imperio” a todos los que discrepan de su revolución o no se visten de rojo, y que promete controlar a la gente contra viento y marea, y que sólo tiene en mente darle K.O. a los adversarios políticos, no sólo está incapacitado para combatir la violencia y el crimen, sino que lo propicia. Esta es la triste verdad de Venezuela. El odio ha envenenado a la gente. El delincuente no se conforma con asaltar o robar, ahora roba y después mata. La delincuencia es la enfermedad que nos está acabando como nación y como pueblo.
Venezuela se está consagrando como el país más peligroso del mundo. El país donde la vida no vale nada. El país donde el criminal goza de impunidad. Ante la impotencia y el temor, los padres quieren que sus hijos se vayan al exterior, a como dé lugar. Cualquier sacrificio se afronta con tal de salvarles la vida. No es poca la gente que ha llegado a esa conclusión. Para sobrevivir hay que irse. En Venezuela no había ocurrido nunca una tragedia de esta naturaleza. El país donde la vida no vale nada, y el criminal goza de impunidad.
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Frente a la primera tragedia nacional, el Gobierno se cruza de brazos y guarda silencio. ¡La incompetencia del Gobierno alienta la delincuencia! ¿Es este el récord que le presentan a la nación para hacerse reelegir en 2012?
Caracas, 4 de septiembre 2011
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