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Al propio estilo de un caporal de hacienda cafetalera en la época colonial española, actúa el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello Rondón, al negar el derecho de palabra a los diputados de la bancada de la Unidad Democrática, con el argumento de que si no reconocen a Maduro como presidente, entonces ellos no serán reconocidos como diputados. Este teniente golpista del 4 de febrero de 1992 creyéndose dueño de la Asamblea Nacional pretende arrodillar a las voces disidentes y como no ha podido ni podrá, en la sesión del martes 30 de abril no solo ordenó cerrar las puertas del hemiciclo sino que hizo que matones entraran y agredieran físicamente a los diputados opositores.
Todo estuvo tan bien calculado Diosdado Cabello, que cuando los matones empezaron agredir a los diputados William Dávila, Julio Borges, Maria Corina Machado, Américo de Grazzia, Nora Bracho, Ismael García, Eduardo Gómez Sigala, Homero Ruiz, Luis Barragán y Abelardo Diaz, la señal de televisión ANTV, única permitida para transmitir las sesiones, ocultó deliberadamente la verdad enfocando la cámara hacia el techo del parlamento. La actuación de los matones fue al propio estilo de los camisas negras de Benito Mussoline en Italia y los camisas pardas de Adolfo Hittler en Alemania. O sea, fascismo puro.
A el autoritarismo de Diosdado hay que agregarle la detención arbitraria e ilegal del general Antonio Rivero, ordenada por el presidente proclamado Nicolás Maduro y ejecutada por el ministro de relaciones Interiores y Justicia, general Rodríguez torres, mediante una emboscada aprovechando que son compañeros de promoción en la Academia Militar de Venezuela, lo invitó a conversar y cuando Rivero llegó lo hicieron preso y lo incomunicaron en una celda del Sebim, donde permanece en huelga de hambre desde el sábado 27 de abril.
Nicolás y Diosdado juegan en equipo, y no es como algunos periodistas pretenden hacer creer que Diosdado quiere perjudicar a Nicolás. Todas las agresiones desatadas contra la disidencia democrática por este dúo integrado por el presidente proclamado, Nicolás Maduro y el teniente Diosdado Cabello, son expresiones de ser prisioneros de su propia violencia, porque saben que el 14 de abril Capriles gano las elecciones y por eso no quieren que la auditoría abarque los cuadernos electorales ni las huellas dactilares de los votantes.
La llamada comunidad internacional, especialmente la latina, a quien la democracia venezolana le sirvió tanto en las décadas del setenta y ochenta cuando los gorilas militares eran los reyes, hoy se hace la loca y voltea a los lados para no ver los atropellos contra los demócratas venezolanos. El grupo ALBA donde están los chulos de Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia que se han chupado los petrodólares venezolanos. Luego están los comerciantes integrados por Brasil, Argentina, Colombia y Uruguay que lo único que les interesa es la destrucción de nuestro aparato productivo para vender cualquier cosa a nuestro país.
Igualmente están los países pedigüeños caribeños acompañados por Guatemala y El Salvador, capaces de vender su alma al diablo por un barril de petróleo venezolano y por último está Chile que no está en ninguno de los renglones anteriores por tener buena producción y un comercio sólido, es posible que sea una factura política por todo el combate librado por la democracia venezolana contra la dictadura de Pinochet, ya que Sebastian Piñero es hijo de la dictadura de Pinochet.
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Ahora bien, lo que quiere la mayoría del pueblo venezolana es que se cuenten los votos, se revisen los cuadernos y se comparen las huellas, para detectar si los muertos “votaron”, si algunos venezolanos del millón y medio residenciados en el exterior que siguen apareciendo en listado nacional también votaron o si las personas con nombres y apellidos iguales y números de cedulas diferentes existen de verdad.
Si la auditoría en esos términos arroja a Nicolás como ganador, se queda como presidente, pero si la vaina es contraria, tiene que entregar lo que usurpó.
Por: Gerónimo Figueroa Figuera