Este 12 de mayo, tras el anuncio de su muerte, la prensa internacional pasó revista a los logros del científico venezolano Jacinto Convit, destacando que fue distinguido con el Premio Príncipe de Asturias en 1987 y nominado al Premio Nobel de Medicina un año más tarde por desarrollar vacunas contra la lepra y la leishmaniasis, entre otros aportes a la lucha contra enfermedades endémicas. En su tierra natal, Convit fue recordado como figura emblemática de una era en la que la investigación era tratada como prioridad de Estado.
Casi al mismo tiempo, medios venezolanos y extranjeros alertaron que la malaria reaparecía en las áreas urbanas del país suramericano por primera vez en medio siglo. Esta enfermedad atribuida a los parásitos transmitidos por mosquitos del género Anopheles se dio por erradicada en el norte de Venezuela, la región más urbanizada, durante la década de los 60.
La alerta no solo se limita a la malaria. Expertos señalan que también la leishmaniasis, el dengue y la tuberculosis vuelven a causar estragos. “En Venezuela se les llama las ‘enfermedades de la vergüenza’ porque es injustificable que un país con los ingresos petroleros que ha tenido Venezuela en la última década sea testigo de estos rebrotes”, comenta Gustavo Villasmil, máxima autoridad sanitaria del estado venezolano de Miranda, en una entrevista publicada por el diario británico The Guardian este 6 de mayo. A sus ojos, la salud pública no escapa a la hiperpolitización de la vida nacional.
“Culpar al mosquito equivale a admitir la propia miopía. La malaria retornó porque el Estado fracasó en proveer alojamiento decente a los más pobres, porque dejó de pensar en planes sanitarios a largo plazo y por diferencias políticas”, agrega Villasmil. Según este médico, que trabaja para una gobernación en manos opositoras, el problema se agravará si el Ministerio de Salud no coopera con todos los organismos regionales a cargo de la sanidad, independientemente de las filiaciones políticas de sus dirigentes.
Pobreza y migración. “En 2012, el número de casos de malaria reportados reveló un incremento del 158% en comparación con los datos recogidos en 2000. La tendencia al alza ya había sido identificada hace tres años y considerada en nuestro plan 2011-2015 contra ese flagelo”, señaló Keith Carter, asesor de alto rango en la Organización Panamericana de la Salud (OPS), al ser consultado por DW sobre la gravedad del rebrote en Venezuela. The Guardian alega que el Ministerio de Salud venezolano ha contado casi 23.000 casos de malaria urbana desde enero de 2014.
Carter informa que, entre 2000 y 2012, Guyana y Haití –dos países en donde también se ha registrado un aumento en la incidencia de la malaria– sólo exhibieron un incremento del 25 y el 50%, respectivamente. En ese mismo período, los casos de malaria mostraron una tendencia a la baja en los otros dieciocho países americanos y caribeños donde ésta es una enfermedad endémica; en 13 de ellos se registró un descenso del 75%. ¿A qué se debe entonces el notable repunte de la malaria en Venezuela?
“La migración entre regiones donde proliferan los mosquitos Anopheles puede contribuir a la propagación de la enfermedad. Pongamos por ejemplo las personas que se desplazan de una zona urbana a una región remota para trabajar en las minas de oro o diamante, lo más probable es que tengan acceso limitado a servicios de diagnóstico y tratamiento de la malaria, y que regresen infectadas a sus hogares en las ciudades; una vez allí, estas personas pueden propiciar la propagación de la enfermedad”, explica el experto de la OPS.
Wolfgang Hein, investigador del Instituto Alemán de Estudios Regionales y Globales (GIGA) de Hamburgo especializado en teorías de desarrollo, problemas ambientales y sanitarios, expone otro escenario: “Muchas personas que viven bajo circunstancias muy precarias en el campo deciden mudarse a la ciudad en búsqueda de un futuro mejor y, al llegar, tienden a radicarse en zonas con bajos niveles de salubridad. Este fenómeno contribuye a agrandar el tamaño de los barrios más pobres y a acentuar sus carencias”, dice Hein.
Estado y salud pública. “El ex presidente Hugo Chávez puso en marcha programas sociales para mitigar algunos de los problemas que afligían preponderantemente a los más pobres. Garantizar el acceso de las comunidades de pocos recursos económicos a la asistencia médica fue una de sus metas. Y, en principio, ese propósito es digno de elogio. No obstante, si no se realizan las inversiones necesarias para ampliar, sanear y mantener la infraestructura sanitaria existente, el efecto positivo de aquellas medidas coyunturales tomadas se esfuma”, opina Hein.
“La repartición de prestaciones sociales, tal como se practicó durante varios años, tuvo un impacto considerable sobre la opinión pública venezolana. Pero cabe preguntarle al gobierno qué ocurrió con la planificación a largo plazo de sus políticas sanitarias e indagar en qué estado se encuentran las instituciones, los mecanismos y controles que velan por la salud pública. Es bien sabido que la ineficiente recolección y administración de desechos propicia la propagación de infecciones y enfermedades”, explica el analista.
¿Cómo funciona el aseo urbano en Venezuela? ¿Existen déficits en la eliminación de las aguas residuales? ¿En qué estado se hallan las redes de drenaje que impiden el estancamiento de agua en las temporadas de lluvia, que comienzan en mayo? Todo esto tiene importancia, sostiene Hein. “Sobre todo en los centros más poblados. Proyectos sociopolíticos como el impulsado por Chávez tienden a beneficiar predominantemente a los habitantes pobres de las grandes urbes y eso estimula, a su vez, la migración hacia las ciudades”, acota el experto del GIGA.
[Fuente: americaeconomia.com]