Salí de casa con el ánimo de encontrar una historia que contar. Además, por extraño que parezca, el cuerpo me pedía salir a dar un paseo a pie. Quizás porque así voy a mi ritmo y puedo detenerme a ver las cosas con la lentitud y parsimonia que me caracteriza.
Desde la esquina del hotel Veneto hasta la vía Argentina, fue la anécdota la que me encontró a mí. Pasé frente a un restaurant llamado 1985. Es un lugar de comida francesa y mariscos, ambientado como un chatel suizo. Con ese nombre tan chic por supuesto que la curiosidad me hizo poner la mirada en el menú, ubicado en la parte de afuera.
Varios platos me llamaron la atención, al menos leyendo el papel, especialmente ese filete en salsa cremosa de jerez con hongos Morilles y el fricasé de conejo con ciruelas y salsa de Armagnac, que espero ir a probar pronto.
A pocos pasos está Istmo Brew Pub, un verdadero vicio. El local tiene un espíritu underground ideal para esas noches en las que nos sentimos rebeldes y desenfadados. Hasta mesa de pool y tarima para conciertos en vivo tienen.
Tienen sus propias cervezas artesanales como muchos lugares por aquí y la oferta de birras nacionales e importadas es un desafío para la capacidad de decisión de cualquier ser humano normal. Lo único malo es que los asientos no son muy cómodos y a veces hay tanta gente que el calor es difícil de aguantar, pero si andas en esa onda rockera no creo que esas cosas te vayan a amargar la noche.
Más adelante hay un local llamado Góa Pool & Lounge al que jamás he ido, pero me llama la atención porque tiene una imagen blanca impoluta, que pareciera sacada de uno de los sets digitales de la película Frozen. Cuando lo conozca les contaré que tal.
De inmediato llegue a Bros & Beers, un sport bar donde tienen pantallas por todos lados para que los clientes vean juegos hasta de fútbol americano (un deporte con bastantes fanáticos en Panamá, según tengo entendido). El sitio es bonito pero las dos veces que hemos ido las cervezas no han estado bien frías. A veces tienen una promoción de 2×1 en cocteles que vale la pena aprovechar porque son súper buenos.
Justo al frente está la sede de la Junta Comunal del sector Bella Vista. En realidad nunca he ido a presentarme o conocer a alguien allí. No sé si como inquilina de un apartamento tendría la posibilidad de colaborar con alguna iniciativa vecinal (espero hacerlo pronto), pero lo cierto es que casi siempre se ve mucho movimiento allí, con carros que entran y salen constantemente.
Caminando un poco más llegué a un restaurant de comida japonesa llamado Matsuei. Recuerdo que cuando lo conocimos fue la primera vez que presencié, a través de una pared de vidrio, un aguacero de proporciones dantescas en Ciudad de Panamá. Por un instante pensé que vería pasar una vaca volando y todo. Pero volviendo a la anécdota del restaurant en sí, les cuento que preparan un sushi muy rico; con una presentación muy sobria, pero muy bueno.
Justo antes de llegar (por fin) a la vía Argentina, pasé frente a dos restaurantes más que me gustaría conocer pronto: “Oliva y Sal” y “Siete Mares”. No solo tienen una fachada bonita, sino que he escuchado buenos comentarios de ambos. Claro que siempre es mejor hablar por la experiencia propia, así que si los conozco pronto les prometo “echarles el cuento” para que sepan cómo me fué (aquí sacando la cuenta de todos los sitios a los que quiero ir, creo que cuando mi amado esposo lea este post por primera vez se va a preocupar bastante).
Al llegar a mi destino divisé de inmediato la estatua en honor al famoso boxeador “mano e’ piedra” Durán y giré la mirada hacia el local desde donde les escribo. Una cafetería muy sencilla, con un ambiente casi hogareño que desde hace días me llamaba la atención.
Se llama “Restaurante y cafetería Del Prado” y, al evocarla, parece una postal dibujada en sepia, con los bordecitos blancos (toda vintage, tipo Instagram). Desde afuera, luce como cualquier fuente de soda ochentosa donde tomarse un café y eso fue exactamente lo que hice. Tuve que invertir varios minutos en explicarle al amable señor de la barra qué era eso que yo conozco como “marrón claro”, pero afortunadamente me entendió a la perfección y el café resultó ser una verdadera joya servida en taza.
Debo confesar que, inicialmente, pensé en escribir estas líneas sentada en el parque Andrés Bello, situado dos cuadras abajo; rodeada de la naturaleza y contemplando pajaritos y hermosos perros de raza que pasean diariamente por el bucólico rincón. Pero a estas alturas no estamos para caernos a cuentos. En lo que saliera el primer insecto a caminar cerca de mí, la laptop saldría volando en una dirección y yo corriendo en otra.
Aquí en el café estoy súper cómoda, sentada en la silla giratoria de mi barra Art Decó, con un aire acondicionado de lo más agradable, echando cuentos con el señor Fidel, que ya sabe cómo se hace un “marrón claro” a la perfección.
La próxima vez que el cuerpo me pida salir a caminar, les cuento más de los lugares de Panamá que poco a poco he ido conociendo. Por lo pronto, los invito a visitar el blog de mi esposo, Enrique Vásquez, que tiene historias muy divertidas y consejos para quienes quieren conocer este hermosísimo país.
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[Fuente: Este post fue publicado originalmente en Marijo.es, el blog de María José Flores]