El mejor mensaje de Mandela fue su sonrisa - Lea Noticias

El mejor mensaje de Mandela fue su sonrisa

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«Si el mundo pudiera tener un padre, el hombre que todos elegiríamos sería Nelson Mandela», dijo el músico Peter Gabriel hace años hablando del primer presidente negro de Sudáfrica. El redactor jefe de la revista Time, Richar Stengel -que editó su autobiografía «Largo Camino hacia la Libertad»- fue más allá y afirmó de él: «Mandela es lo más cercano que tenemos hoy a un santo secular».

Mandela

Nelson Rohlihlahla Mandela nació en Mvezo, una aldea Xhosa de la región del Transkei, el 18 de julio de 1918. Fue el primer abogado negro sudafricano. En agosto de 1962, cuando era el líder del Unkhnoto we Sizwe (Lanza de la Nación), fue detenido y llevado a juicio, acusado de sabotaje y de intentar provocar una revolución violenta en el país. Dos años después fue condenado a cadena perpetua y confinamiento en la prisión de Roben Island. Unos meses antes, utilizó la condición de defensor de sí mismo para realizar una larga declaración de cuatro horas en la que hizo una apasionada defensa de la igualdad racial que concluyó con unas palabras históricas: «He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas convivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero ver realizado. Pero, si es necesario, es un ideal por el estoy dispuesto a morir».

El preso 46664

Mandela, conocido afectuosamente en su país con el título de honor «Madiba», vivió lo suficiente para ver realizado su sueño. Para ello tuvo que pagar un altísimo precio: pasar 27 años en la cárcel, donde se le conocía por su número, el 46664. La película de Clint Eastwood «Invictus» narra una confesión íntima realizada por Mandela siendo ya presidente de Sudáfrica al capitán del equipo de rugby François Pienaard: durante los momentos más duros de su encarcelamiento encontró inspiración en estos versos: «No importa lo estrecha de la puerta o lo duro del castigo, yo soy el dueño de mi vida, yo soy el capitán de mi alma». Una escena del film explica mucho sobre el espíritu de Mandela. El jugador de rugby recuerda esos versos cuando entra a la estrecha celda del prisionero 46464 durante una visita a Roben Island y dice emocionado: «¿Cómo puede un hombre que ha sufrido tanto salir y perdonar como él lo hace?»

El último presidente del apartheid, Frederick De Klerk, tuvo la sensatez de reconocer que había que aprovechar ese carácter conciliador de Madiba para poner en marcha una transición pacífica. Tras su liberación, el 11 de febrero de 1990, Mandela se volcó en liderar a su partido en unas negociaciones de paz que estuvieron constantemente amenazadas por el radicalismo de los blancos más radicales y la violencia entre los seguidores del Congreso Nacional Africano y los del del Movimiento Inkhata del jefe zulú Mangosuthu Buthelezi. Sus esfuerzos fueron reconocidos por la Academia de Oslo, que en 1993 le otorgó el Premio Nóbel de la Paz, un galardón a los que hay que añadir otros 250 reconocimientos internacionales que recibió durante cuatro décadas.

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Sin el buen hacer del anciano líder no se habría llegado a las primeras elecciones multirraciales de abril de 1994. Fue presidente desde ese año hasta 1999, año en que se retiró voluntariamente del poder. Durante esos cinco años dedicó una gran parte de sus esfuerzos a abanderar la causa de la reconciliación en su país, como demostró en 1996 cuando aprovechó la celebración de la copa del mundo de rugby -un deporte asociado con el orgullo racista de los blancos «afrikaner»- para unir al país alrededor de su selección, que ganó el campeonato. Más difícil lo tuvo para curar las heridas de muchas décadas de discriminación racial con el trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que estuvo presidida por su gran amigo el arzobispo Desmond Tutu. Recuerdo, durante una visita a Sudáfrica en 1998, cómo Mandela tuvo que salvar la publicación del informe final, que no era del agrado ni siquiera de su propio partido, ya que exponía también abusos cometidos por el ANC. El sabio mandatario hizo también todo lo que pudo para mejorar el nivel de vida de la población negra, un difícil asunto que hasta hoy es aún una asignatura pendiente en Sudáfrica.

Una vez retirado como presidente, a partir de 2000 ejerció un gran papel como mediador en las negociaciones que pusieron fin a la guerra de Burundi. Es este un aspecto de su vida del que se ha hablado poco, pero en el que Mandela dio mucho juego. En una entrevista que hice una vez en Bujumbura al político Eugene Ninderera, uno de los que participaron en aquellas conversaciones de paz, recuerdo que me decía emocionado: «Firmamos muchas cosas que después no hemos sido capaces de llevar a la práctica, simplemente porque a un hombre de la talla de Mandela no se le puede decir que no».

«El Legado de Mandela»

Una de las obras que describen mejor su personalidad es «El Legado de Mandela», publicado el año pasado por Richard Stengel. El veterano periodista resume así los rasgos que han hecho de Mandela un modelo de liderazgo: para él la solución a los problemas es negociar, hay que liderar buscando el consenso de todos, hay que saber retirarse a tiempo y… hay que conocer al enemigo y aprender su deporte favorito.

«En Mandela, su sonrisa es su mensaje», dijo una vez de él el líder sindical Cyril Ramaphosa.» Siempre se tomó muy en serio sus apariciones en público.. Sabía conectar con la gente más pobre, saltarse el protocolo para hablar con unos niños harapientos, gastar bromas, dar unos pasos de baile y siempre sonreir. Para los blancos, esto demostraba que no era el líder negro que habían temido que se tomaría venganza. Para los negros, este carácter encantador y jovial transmitía el mensaje del triunfo sobre la opresión. Sorprende poco que todo el mundo le mirara como el padre que siempre quisieron tener.

[Fuente: ABC]

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