“Pequeños adultos” La infancia entre la opulencia (fotos) - Lea Noticias

“Pequeños adultos” La infancia entre la opulencia (fotos)

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La infancia puede ser o no ese paraíso perdido del que tantos hablan, una de las edades más felices en la vida del ser humano, llena de alegría y libre de dolor. La infancia puede tener poco o mucho, incluso nada de esta idealización pero, en cualquier caso, lo que resulta innegable es que se trata de uno de los momentos más extraños de la existencia, sobre todo por esa azarosa conjunción de circunstancias que se tejen alrededor de un niño y de su desarrollo. Si ya el nacimiento es en sí mismo un enigma, a esto se añade el entorno en donde esa persona viene a recalar. Si nadie pide nacer, mucho menos elige el lugar, la familia o las condiciones en que crecerá.

Este es el caso de los retoños que ahora mismo germinan entre lo más selecto de la sociedad rusa, esa nueva clase privilegiada que ha prosperado al amparo de los regímenes post-soviéticos y que ahora se permite lujos y excentricidades como mansiones fastuosamente amuebladas o colecciones de automóviles antiguos, entre los que su progenie se adiestra para tomar algún día las riendas de la riqueza familiar.

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La fotógrafa Anna Skladmann —de padres rusos pero nacida en Alemania — ha capturado en una serie fotográfica la singular atmósfera que rodea a estas criaturas, enfatizando con inquietante claridad el contraste entre la opulencia y el esplendor material —que algo tienen de ancien régime— con la supuesta libertad que debería ser inherente al espíritu infantil, el desenfado del niño, el desparpajo y la travesura que en estos retratos quedan totalmente nulificados y sustituidos por un halo de tristeza y seriedad constante en los rostros de los infantes. Su trabajo se titula precisamente Little Adults, en obvia referencia a la precoz madurez que se les exige a estos niños a causa del suntuoso medio social en el que viven.

La idea de este proyecto la tuvo Skladmann en el año 2000, cuando visitó por primera vez la tierra de sus ancestros y asistió al baile de disfraces de la víspera de Año Nuevo. Ahí tuvo el primer contacto con algunos de estos niños, ahí las primeras impresiones que comenzaron a bullir y a inquietarla, a decirle que ahí había algo que merecía registrarse más allá de la memoria. “La manera en que se conducían en la mesa, la manera en que actuaban alrededor, no era solo lo que conocía de los niños criados en Europa. Se veían, por el contrario, como pequeños adultos”. En ese entonces la futura fotógrafa tenía 14 años de edad.

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En 2008 Skladmann volvió a Rusia, donde se encontró con Nastia, una niña de ocho años con quien entabló una relación sumamente cercana. Hija de un famoso director de cine ruso, la niña vive en una burbuja de riqueza en la que Skladmann introdujo un poco de novedad. Luego de hacerla protagonista de un proyecto escolar, Skladmann siguió en contacto con Nastia y comenzó a fotografiarla al interior de la casa donde reside, una mansión construida en estilo Art Decó. Curiosamente, el vínculo creado entre ambas trascendió la relación maquinal entre el lente y su objetivo: “Me di cuenta de que no era yo yendo a su casa a tomar una fotografía: era un diálogo. Ella estaba tratando de decirme algo también”, asegura Skladmann.

Esto, que podría tomarse como una sensación vaga o pasajera, se repitió con la última imagen tomada por la fotógrafa, una en la que la pequeña Varvara salta tímidamente frente a la pantalla de su sala de cine personal: “Para mí”, dice Skladmann, “esta fotografía es ella rompiendo un capullo, como una mariposa tratando de volar lejos de algo”.

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¿Qué pensar ante estas imágenes? La respuesta inmediata podría ser el escándalo moralino o celoso ante la supuesta injusticia que sufren estos niños, cuya infancia resulta asesinada en aras de las convenciones sociales propias del mundo de los privilegiados. Sin embargo, una de las virtudes de esta serie (como de cualquier expresión artística auténtica) es que confronta esas ideas sencillas, habitualmente idealizadas, que tenemos sobre la infancia y su aura de paraíso perdido.

¿O es que estos niños no viven en un paraíso?

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