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Las termas de Clarines: Una aventura diferente

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Ocho de la mañana en Puerto La Cruz, estado Anzoátegui, un lugar muy conocido por sus playas, y un sol radiante, un clima cálido y una gente maravillosa, lo que por otro lado no te lleva a pensar que, más allá de sus aguas saladas, hay otros lugares que parecerían remotos pensar que existen, como unas aguas termales en el Municipio Bruzual, usadas por sus visitantes para baños que crean en la mente de los visitantes un refrescamiento por sus beneficios para la piel por ser aguas azufradas y abundantes de yodo e hidratos de carbono.

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En esa mañana calurosa del sábado 14 de noviembre me dirigí a una agencia de viajes ejecutivos con un solo destino: Aguas Calientes, en Clarines, Municipio Bruzual. No tenía ni la menor idea de cuan lejos estaba, solo sabía que era después de Puerto Píritu; a unos 40 minutos desde Puerto la Cruz. Preguntaba qué debía hacer para llegar, la encargada del sitio me dijo que estas aguas termales estaban a unos kilómetros de distancia de Clarines, pero que valía mucho la pena conocer ese lugar. Mi curiosidad aumentaba, solo tenía que esperar a un pasajero para empezar el trayecto hacia este fogoso pueblo.

Durante el viaje hablaba con el chofer del vehículo, me explicaba lo que debía hacer al llegar a mi destino para luego visitar las también conocidas Termas de Clarines en la comunidad de Aguas Calientes. Me tenía que dirigir hacia la avenida principal del pueblo para tomar un bus o algún carro que facilitara la ida, la segunda opción fue la más apropiada, ya que nos dejaba un poco más cerca.

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Hacia Aguas Calientes iba con una compañera y su hermano que, era quien nos daba ideas y hacía más ameno este viaje de aventura. Él ya había tenido una previa experiencia en este lugar, solo que con sus padres cuando estaba más chico. “La travesía de Aguas Calientes, prepárense para caminar un poco”, nos decía José Ángel, mientras el conductor nos anunciaba lo que nos esperaba, un lugar fresco, una montaña, nuestras mentes se preguntaban cuánto faltaba para llegar. Ya se empezaba a sentir la diferencia del clima entre la ciudad de Puerto La Cruz y este sitio, era algo muy extraño, pues el conductor nos decía que estábamos a poca distancia y que Aguas Calientes se encontraba aproximadamente a 1.100 metros sobre el nivel del mar. “Aprovechen y saquen sus manos por la ventana y sientan la brisa, luego más adelante las vuelven a sacar”. Era impresionante lo que sucedía, una brisa calurosa se nos asomaba y de repente, más adelante, era completamente diferente, un clima fresco de montaña.

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“Deben decirle a alguien que los guíe”, nos manifestaba aquel hombre al volante. Como no conocíamos el tan esperado lugar debíamos conseguir a alguna persona del pueblo para que nos llevara. De repente un desvío hacia la izquierda en la carretera nos anunció que estábamos en Aguas Calientes, y en total unos 30 minutos desde Clarines.

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Una exuberante vegetación verde, típica de las montañas por su humedad, nos rodeaba. Casas rurales a pie de montaña, animales y música a todo volumen, un pueblito que, al parecer es muy tranquilo. Nuestro próximo paso era encontrar a alguien para que nos guiara en el camino, toda una aventura. Una cerca de palos encerraba una casa campestre en donde se encontraban 5 personas sentadas en su pequeño patio, dos niños, sus papás y una bebé que lloraba.

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– Buenos días. Exclamé, – Necesitamos a una persona que nos guíe al pozo de Aguas Calientes. Se levanta uno de los niños que se encontraba reunido con su familia, a poco vestir y de unos 6 años de edad. Su mamá lo señala. -Va él. César ponte una camisa y acompáñalos”, le decía al niño. – ¿Y es muy lejos de aquí esas aguas, señora? -No corazón, hay que caminar por aquel camino de tierra, es subiendo la montaña, primero bajas por este camino y ahí empieza – señalaba con sus manos el panorama- Él los lleva hasta allá. – Bien, gracias entonces.

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Descalzo y muy callado el niño empezó a caminar y mas atrás nosotros. Un poco incomodado el niño expresa que debía buscar un “palito por si a las moscas”. – ¿Y eso para qué? -Bueno, porque hay que caminar por la tierra, y a veces salen culebras en este tiempo cuando llueve. Un poco nervioso subí mi cara para ver el cielo, por suerte no estaba nublado, mis acompañantes se rieron. “Nunca sabemos lo que puede pasar”, les dije.

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A medida que caminábamos, le sacábamos conversación a César para que entrara más en confianza con nosotros y nos informara acerca de este lugar, nos comentaba que hay una torre en la montaña y que solo había una camioneta blanca que pasa por ese camino de barro, que no podía llegar a las aguas por lo resbaladizo que era y se podía quedar trabado en la vía.

El camino era un poco empinado, bajadas, subidas, y de un lado la selva humedecida, del otro lado igual, el olor era único, vegetación mojada, todo un placer olfativo, y ni hablar de la vista. Pájaros a lo lejos, y mariposas entre el campo florido, era perfecto. Inesperadamente, luego de unos 15 minutos de caminata, del lado derecho se veía muy a lo lejos el mar, el extenso paisaje salado típico de Anzoátegui, era inevitable pensar en el sol que se avecinaba allá abajo y lo extraño que era estar en un clima tan fresco cuando simplemente se ve la playa, inmediatamente saque mi teléfono celular del bolso y tomé una foto.

-¿César, cuánto falta? –Un poquito vale. ¿Ya se cansaron? – No es que estamos cansados, es simplemente que no sabemos qué tanto nos falta para llegar. – Bueno, ahí esta esa piedra, descansen allí. Accedimos.

Luego de pocos minutos continuamos el recorrido. Le preguntábamos si venía mucha gente a visitar las termas, si era peligrosa esta zona y solamente de su boca salían monosílabos, pero las expresiones de su rostro expresaban que quería llegar para bañarse en el pozo. -¿Y las aguas son calientes? – Si, la parte de arriba es la más caliente, nadie se mete, se pueden quemar, a veces cuando venimos con mi mamá ella lanza un plátano y se sancocha y comemos aquí. Bota hasta humo ese pozo y traen a mi hermanita para que no se enferme, el humo es sano. Anonadado con su tan larga respuesta seguí preguntando. -¿Y solamente está esa agua tan caliente, cómo te vas a bañar? – Es que esa es la parte de arriba, si subes más, la ves con humo, y la que esta abajo es fría, pero tienes que bajar más, y también hay otra que no es tan fría. -¿Cuál? Y con sus dedos señaló la corrida de agua que se situaba en la parte media de todo este espectáculo. – En esa parte corre el agua caliente y se va enfriando porque pasa por las piedras y llega hasta abajo, en donde está lo frío. Asombrado fui y toque el agua, César me dijo que el agua era limpia y que la podía beber, era tibia pero refrescante, había una pequeña cascada que estaba al cruzar la pequeña corrida de agua, la cruce. Sentí su ligera y sutil caída, como algodón entre las manos, moje mi cara y suspiré en silencio, mis compañeros estaban maravillados y César estaba en ropa interior bañándose en un acumulado de agua, fue cautivador verlo disfrutar. Así pasaron algunos minutos y logre subir un poco entre piedras y árboles para contemplar la parte más caliente de Las Termas de Clarines, un ligero pero sentido vapor, sin olor alguno, me hizo comprender lo caliente que era, y un detalle mas enmarcado era la orilla del agua entre las piedras, una línea blanca pintada, era agua evaporada, y en el centro del pozo de agua cristalina, burbujas en el centro que emanaban azufre y sobre todo este pequeño pozo una neblina caliente, el poco famoso “vapor curativo”, que no ha sido explotado turísticamente y que valdría la pena dar a conocer por su potencial, único entre todo este mar azul que bordea este precioso estado, un regalo que solo la naturaleza puede hacer. La visita se terminaba y un camino por recorrer entre esta maravillosa vegetación tan pura nos esperaba. De vuelta a la ciudad.

RAFAEL FERSACA BURGUERA – @RafaFersaca

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